La
urgencia actual constituye también la oportunidad para reconocer y
corregir la brutalidad, la estupidez y la injusticia de las políticas
anteriores
Estos
son datos reales, de fallecidos por el #coronavirus, que nos permiten hacer una sencilla comparación
entre las diferentes comunidades autónomas (CA), a 21 de marzo.
Lo
que se representa es el número de personas fallecidas por cada 100
casos positivos al COVID-19. Evidentemente, puede haber diferencias
en los protocolos en cada CA, pero hay un par de hechos a destacar.
Como se puede observar, en la casi totalidad de CA por cada 100 casos
positivos fallecen menos de 5 personas, con dos excepciones: Castilla
La Mancha, donde el número de fallecimientos por cada 100 casos es
ligeramente superior (6.5); y, de forma destacada, Madrid, el número
de fallecimientos por cada 100 casos es casi el doble que el segundo
de la lista (10.5). Es decir, que en la Comunidad Autónoma de
Madrid, en el período analizado, han fallecido 10 personas de cada
100 casos positivos al COVID-19, mientras que en el resto de
comunidades la media ha sido de unos 3 fallecidos de cada 100 casos
confirmados.
Para
tener una idea general, podrían hacerse tres grupos de CA: A) las
que presentan un número de fallecimientos de menos de 3 por cada 100
casos (media = 1.7), lo que incluye a Murcia (0.3), Baleares (1.2,
Galicia (1.3), Asturias (1.5), Navarra (1.8), Cantabria (1.8),
Canarias (2.2), Andalucía (2.7) y La Rioja (2.7); B) las que
presentan un número de fallecimientos entre 3 y 6.1 (media = 4.5),
lo que incluye a Extremadura (3.6), Cataluña (4.1), Castilla y León
(4.2), Comunidad Valenciana (4.3), Aragón (4.6), País Vasco (4.6) y
Castilla La Mancha (6.15); y C) el caso extremo
de la Comunidad de Madrid, con 10.5 fallecimientos por cada 100 casos
positivos. Esto es lo que hay, y la situación de Madrid es
tan destacada que lleva a pensar que en esa CA ha pasado algo. En
realidad, lo que ha pasado ha sido vox populi durante los últimos
años: una acción política brutalmente
privatizadora, debilitando la sanidad pública "por negocio".
A la vista de los datos, es obvio que en otras CA gobernadas
por el PP los datos no son así, lo que hace pensar en quienes han
sido los responsables.
La
ciudadanía madrileña debería pensar, sin sectarismos, con frialdad
y dejando a un lado sus preferencias ideológicas, a quién ha votado
y a quién no debería votar la próxima vez.
por
Rafael Alonso Solís
Hemos
estado escuchando a responsables políticos repetir, con tono de
autoridad, el mantra triunfal de que disponíamos del «mejor
sistema sanitario del mundo».
Se trataba de una afirmación arrogante que
habíamos acabado por aceptar sin discusión, a pesar de que emitiera
el mismo perfume que aquellos chistes
machirulos en los que se subrayaba la
asombrosa potencia genital de los españoles, y que acabaron siendo
olvidados a medida que fueron haciéndose públicos estudios serios
en materia de sexología.
Algo
parecido al extraño fenómeno de la «furia
española», descubierto por la prensa
franquista de la época, consistente en una peculiar característica
genética que llevaba a la selección española de fútbol a estar
dominando el partido con rotundidad –según podía inferirse de las
narraciones radiofónicas–, para acabar goleada y eliminada antes
de cuartos.
Curiosamente, han sido los mismos ideólogos del
Frente Nacional Panegírico quienes
aprovecharon cualquier oportunidad para poner en marcha
una
brutal y continuada intervención en la sanidad, la educación y la
investigación científica, reduciendo la inversión pública en esos
sectores hasta llevarlos a graves niveles de desnutrición,
al
tiempo que alimentaban y protegían su versión privada.
No es de extrañar que la llegada del lobo –hoy se trata de una
pandemia viral y mañana será una combinación de patógenos– se
haya encontrado con una aldea sumamente desprotegida y una mesa
preparada para el festín.
Si
los epidemiólogos de guardia y los especialistas en medicina
preventiva habían estado trabajando en medio de la neblina y con las
gafas empañadas, su capacidad de previsión tenía que estar
notablemente reducida y las decisiones a tomar podían correr el
riesgo de oscilar entre la excesiva prudencia y, en el extremo, un
irresponsable aventurismo.
Si
los recursos humanos de los hospitales públicos habían ido
adelgazándose progresivamente, mientras los
mismos gestores que salían de la administración participaban en la
creación de negocios privados y adquirían las primeras acciones, el
deterioro de las estructuras básicas y su incapacidad para resistir
las agresiones imprevistas estaba garantizado. Si el
material sanitario había envejecido sin remedio o no estaba
disponible por falta de reposición al ritmo adecuado, de poco servía
la capacidad técnica de los profesionales, carentes de los elementos
necesarios para ser ejercida y sometidos a una situación de
precariedad.
Por eso la respuesta a la crisis
tiene que incluir como elemento esencial la previsión del futuro,
tanto del que ya está aquí como del que se anuncia en la lejanía.
La urgencia actual constituye también la oportunidad para
reconocer y corregir la brutalidad, la estupidez y la injusticia de
las políticas anteriores, reforzando la capacidad de
protección social de los países, golpeando con insistencia en las
estructuras de la Unión Europea y plantando cara a la petulancia de
los imperios.
Porque es cierto que lo peor aún está por venir, y
eso incluye a lo que ocurrirá cuando la pandemia alcance a países
con sistemas sanitarios endebles o inexistentes –en África, Asia o
Latinoamérica–, y a sociedades empobrecidas por el hambre, el
abandono y la guerra inacabable.
"TIJERAS"
de Fernando Colomo
Ver también:
https://juansantiso.blogspot.com/2012/07/por-que-no-auditan-la-sanidad-y-si-la.html (Puedes buscar más, escribe, Sanidad
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