Por Rafael Alonso Solís Si uno se interroga por la esencia del futuro, debería aceptar que una opción plausible es que no exista, lo cual incluye, al menos, dos posibilidades: que no haya existido nunca – en cuyo caso no hay por qué preocuparse de ello, más allá de utilizarlo como un recurso retórico para los discursos– o que haya existido, pero esté agotándose. La perspectiva oriental suele coincidir con la visión de la filosofía perenne y contemplar el futuro como formando parte de un ciclo infinito, inmerso en una concatenación de causas y efectos que se suceden unas a otros sin principio ni fin , mientras que la occidental supone –tal vez de forma contradictoria, además de no estar exenta de cierta petulancia– que el lugar en el que se ubica el futuro es la diana final de una flecha que partió del arco hace mucho tiempo, un punto cuy
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