DUEÑOS DESUS DESTINOS (XlI)
Por Jeronimo Duran
Fin del capitulo anterior:
en eso que paso una
chavala que estaba de buen ver en compañía de su madre. Se giro y le soltó
morena cada vez que te veo se me sunsurronea el pijo, y es porque te quiero
Japuta.
Tras escucharlo la
madre, le dijo de todo menos bonito y creo que no le dijo ninguna mentira,
él no sabía lo que era la vergüenza. Antonio, sin cortarse un pelo, le
contesto a la madre:
-Y tu, si te pones a
tiro, también.
Escrito de esta forma
sueña mal, pero la gracia que tenía el tío para decir las cosas era
insuperable. Hasta la madre y la hija se fueron sonriendo después de todo
lo oído.
En este capitulo:
…era como si a Drácula le
das un batido de ajos, valía
todo, un cubata cargado de coñac, un corajillo con sal, (un día en la
piscina me tuve que tomar tres y dos los pedí y pague yo), almejas o
mejillones crudos, berberechos, bocatas de cualquier cosa, etc. etc.
CAPITULO -12 NUESTRA VIDA EN EL BAR
Cada bar tenía su estilo. En
la horchatería nos podíamos pasar horas jugando a los dados,
llegamos a hacer campeonatos entre nosotros dándole vidilla al
juego. Por norma aquel juego lo hacíamos por parejas y nos
apostábamos en ello la ronda de consumiciones.
Recuerdo que estuve un año y
algo jugando una partida después del trabajo con la peña de
Esteban y en todo ese tiempo no perdí ningún día, no fue porque supiera
más que ellos, simplemente fue una racha de suerte,
El bar Marchica era por
norma el bar de los sábados. Allí nos pasábamos la mayoría de los
sábados jugando al julepe. El vicio que cogimos con ese juego
rallaba la ludopatía. Llego un momento que jugábamos todo el sábado,
(excepto la hora de comer) y el domingo lo mismo. Menos mal que el
lunes trabajábamos. Un sábado, sobre las siete
de la tarde, me di cuenta
que había demasiadas cosas por hacer
fuera de aquella mesa, me levante y no recuerdo con quien nos
marchamos de discotecas, allí en la mesa de aquel bar nadie se iba a
hacer rico.
Estaba bien pasar un rato y
la verdad que tenía su morbo, además siempre estábamos a gusto
con nosotros mismos, (cosas de la amistad), pero llego un
momento que aquel juego nos dejó bloqueados, nos robaba mucho
tiempo que podíamos emplear en otras cosas.
En el bar de Ricardo, nos
dio por jugar a los dados, pero no como lo hacíamos en la horchatería.
No se quien trajo el juego, aunque casi todos los números los tiene
“Lete” y los que sobran los tiene “Koki”. El juego era el siete, catorce,
veintiuno. Consistía en que el que saliera después de sacar el número
más alto, tiraba los dados y mientras sacara ases, seguía tirando.
El valor de los dados se iba sumando, hasta que no sacara ningún
as. El siguiente en tirar, sumaba los ases que se habían sacado
anteriormente, una vez que se habían sacado
siete ases, ese era el que
pedía lo que se tenía que comer o beber, el que sacara el as número
catorce y el que sacaba el numero veintiuno, lo pagaba.
Un juego sencillo si se ve
de esta forma, la realidad era que ese juego ha sido el más cabrón
al que haya podido jugar. El que sacara siete, dependiendo de quien
fuera, te podía pedir desde una sardina cruda a comerte un cigarro,
al igual que podías pedir un simple vaso de leche y eso para casi
todos nosotros era como si a Drácula le das un batido de ajos, valía
todo, un cubata cargado de coñac, un corajillo con sal, (un día en la
piscina me tuve que tomar tres y dos los pedí y pague yo), almejas o
mejillones crudos, berberechos, bocatas de
cualquier cosa, etc. etc.
Dicen que Dios no juega a
los dados y con el paso del tiempo pienso en lo que se pierde. Ese
juego parecía la “Ouija”, tenía vida propia, te enganchaba desde el primer
momento. Nunca entendí como le podía salir casi siempre el
catorce a la misma persona tantas veces, como para acabar medio
colocado..., yo salí más de una vez bien tocado por el alcohol.
Te daba por putear si te
tocaba pedir y era más que fácil que te tocara y pagaras tú. Con los
años he llegado a pensar si los dados no estaban embrujados.
El tema de las tapas caló
profundamente en nosotros ya que fue a muy corta edad cuando nos
hicimos taperos de por vida o hasta que el cuerpo aguantara. La madre
de Ramón, era única para las tapas. Sus callos y su ensaladilla aun
no las ha superado nadie. Aun hoy, cuando voy a algún sitio y
veo una ensaladilla que se parece algo a aquella, aunque no soy muy
de
ensaladas, me la pido, pero nunca he encontrado ninguna parecida
a aquella. Como dicen que la esperanza es lo último que se pierde,
yo sigo en ello. No solo vivimos nuestra
juventud en esos tres bares, aunque casi.
También estaban los bares de
la calle Luarca, donde en el bar Pañuelito nos conocía el
dueño más que de sobras. Si aparecíamos por allí y ese día había de
tapa pajaritos fritos, a ellos les metíamos mano. Yo era el más lento
comiendo pájaros, el más rápido y sin rival era “Chani”, él se comía el
pajarito con hueso y todo, no le sobraba nada, a mí me sobraban
huesos por todos los sitios. No se quedaban atrás en comer “Koki” y
“Bautí”, creo que el único que se dejaba los huesos era yo.
En el mercadillo había un
zapatero que el pobre hombre era cojo, aunque no tuviera nada de
pobre. Un día, Paco, el dueño del horchatería que se había
comprado una escopeta, me calentó la cabeza para ir de caza con
él. Un jueves no fui al trabajo y los acompañe de caza. El
zapatero tendría cerca de sesenta años, cojeaba de la pierna derecha
y llevaba una gran bolsa con él, aparte de su escopeta.
Paco me había dejado una
escopeta de perdigones. Cuando nos bajamos del coche, me dijo:
-Tú le tiras a los pequeños,
que de los grandes me ocupo yo.
Nos íbamos a poner las
botas. Cuando vi el montón de cartuchos que Paco llevaba, me
convencí de que triunfaríamos ese día. El zapatero se fue hacia el sur
y nosotros nos fuimos hacia el norte. Al final del día, sobre las
seis de la tarde, decidimos volver a casa. La caza consistió en dos
pajarillos por mi parte y tres tordos por parte de Paco. El hombre cojo, había
cazado catorce o quince tordos más tres palomas y unos doscientos y
algo de pajarillos, llevaba en aquella bolsa más de cien trampas.
Aquel hombre resultó ser el que junto con
dos más se encargaban de
abastecer a los bares de pajarillos, no volví a ir con ellos. Paco
seguiría desperdiciando cartuchos, hasta que aprendiera, como decía él y
aquel hombre cojo siguió yendo con él.
Recuerdo esto por dos cosas,
una porque al ver tanto pajarillo muerto se me quitaron las
ganas de
comerlos y otra fue que de los dos cartuchos que Paco no gastó
cogí uno lo puse a unos quince metros de mi sobre un muro hecho de
piedras y le disparé con la escopeta de
perdigones al centro y
acerté de lleno, tan de lleno que la parte trasera del cartucho salió disparada
hacia mi pegándome en el pecho. Tuve el morado un mes, aquello dolió
lo suyo. Los dos pajarillos que mate, se tuvieron que reír de ello.
Dicen que a hierro mata a hierro muere. Ese día casi se cumple el dicho.
A principios del verano del
setenta y dos del siglo pasado, en la misma calle del cine Navarra,
yendo hacia Isabel la Católica, a la izquierda en uno de los
bares que allí había, se puso de moda los caracolillos en vasos con su
respetivo caldo. Llegamos a hacer
campeonatos entre nosotros
para ver quien comía más. Como aquellos caracolillos eran
una tradición de Andalucía, para integrarnos en su deleite, que mejor que
beber vino Moriles, desde entonces odio el Moriles por muy bueno que
este. Me ocurre como con el anís. Yo no
he bebido Moriles en
Andalucía, dicen que allí sabe diferente, no lo puedo discutir, aquí no es
el sabor, quizás hasta sea el mismo, es lo que viene después, las
resacas eran de aúpa, el dolor de cabeza al día siguiente no había forma
de quitártelo. Yo cogí la costumbre de
quitarme las resacas con un
buen plato de nata de la horchatería, pero con las resacas de Moriles,
ni por esas, menos mal que solo nos daba por ir los viernes y que no
nos duró más que ese verano. Me parece que a todos nos pasó igual,
pues no recuerdo que le volviéramos a pegar al Moriles.
hacen en la freidora y la salsa ya
ni es salsa, es algo que pica y asunto resuelto. Como me gustaría
chillar en la terraza de un bar lleno de gente:
-¡Vivan las patatas bravas,
abajo las de freidoras!
Si es que el tapeo ya no es
tapeo. A mí no me gustaba la sangre frita con cebolla, pero más de uno
la recordara, al igual que la asadura.
Hoy para poder comer una de
esta dos cosas, tienes que montarte un lió de cojones.
Hay que reconocer que éramos
todos unos auténticos sibaritas. Un día “Chani”, no teniendo más
de dieciséis años, nos comentó que teníamos que comer
canelones. Eso no salió de “Lete”, en cuestión de comida el técnico era
“Chani” y si no era él, era “Koki”. No se quien
pregunto que era aquello,
pero fui yo él que dijo:
-Sé dónde los podemos comer.
Conocía un bar en Sant Just donde los hacían y ese mismo
sábado nos fuimos para allá.
Llegamos sobre las dos, yo
ya había pasado antes por allí y le dije a la dueña que iríamos cinco o
seis a comer canelones. Creo recordar que fuimos “Bautí”, “Koki”,
“Chani”, “Lete”, “Chino” y yo. Una vez sentados en la mesa, la
señora nos preguntó quién quiere canelones
de primero, todos levantamos
la mano, la mujer nos miraba extrañada hasta el punto de que le dio
por preguntar:
-¿Cuantos vais a querer?
Pedimos media docena, hubo
uno o dos que se pidieron una docena, uno seguro, aunque
no diga quien fue, (no hay que ser un lince para saberlo). La
mujer se fue para adentro con cara extrañada y nosotros seguimos con lo
nuestro, controlando el segundo plato.,
Cuando apareció el camarero
con los dos primeros platos de canelones, el silencio se
apodero de la mesa como en una película de terror. Cada canelón media
un palmo de largo y de gordo podía ser como una moneda de diez
duros de aquella época. Estaban muy buenos, pero allí había
demasiados canelones, acabamos hasta los huevos de canelones y hasta
del bar, por las risitas que se oían. La dueña, al cuarto de hora de
empezar a comer, se acercó y como buena anfitriona con su
libreta en la mano, nos dijo:
-¿Que van a querer de
segundo?
Aquellas palabras aun
retumban en mi memoria por lo ridículo que me sentí. Creíamos que los
canelones no serían más grandes que una cajetilla de tabaco, pero
nos equivocamos, nos sirvió de lección ya que nunca más cometimos el mismo
error. Por el camino casi ni hablamos.
Nadie, por vergüenza, se dejó
un canelón en la mesa, de ahí que tardáramos años en volverlos
a comer, el atracón de canelones fue para eso y para más.
Yo me comí los seis gracias
a la ayuda mental que me proporciono quien se comió los doce. Nos
bastaba que alguno de nosotros dijera:
-En tal sitio hacen un pulpo
o tienen un jamón de cojones.
Entonces todos nos dejábamos
caer por allí.
No hay pandilla sin ellas y
más en aquella época que cada barrio era territorio Comanche.
Mirándolo desde la perspectiva de hoy, se puede decir que tuvimos bastante
suerte, quizás por que íbamos de legal nos libramos de alguna que otra
pelea, no hay mucho que contar sobre broncas, pero algunas hubo.
Una tarde que nos
encontrábamos en Sants, nos intentamos enrollar con las amigas de la prima
de “Chani”, (yo empezaba a salir con ella). Cuando nos íbamos a marchar,
a unos diez metros de la carretera dentro de la plaza Salvador
Anglada, se nos acercó un grupo de
chavales de más o menos
nuestra edad. Conocían a las chavalas que estaban con nosotros, de ahí
que no les hizo ninguna gracia que saliéramos con ellas. Uno de
ellos que iba descamisado presumiendo de músculos, chocó con
“Koki”, pensaría que era la mejor forma de presentarse. Chocó con él
porque “Koki” se tenía medio enrollada a la tía que a él le gustaba y
eso le jodió y más si te la quitaba uno que no fuera de tu barrio. Las
mujeres del barrio son del barrio, era la ley aunque no estuviera escrita,
esa ley era sagrada aunque no se el porqué. Casi nadie acabó
casándose con una de su barrio, solo “Lete” lo hizo, aunque ella vivía
en el barrio de al lado ninguno la conocía hasta que salió con él. Lo
mismo ocurrió con la pareja de “Chino”, no la conoció hasta que tuvo
diecinueve años o más. El resto de nosotros
acabamos con gente de fuera.
No recuerdo ni que tanteáramos con las chavalas del barrio, a
excepción de “Rafi” por mi parte, que duro lo que dura un Donut en la
puerta del colegio y
“Trini” tonteó con la hermana de “Koki” y a lo más
lejos que llegó con ella fue a darle un beso sin lengua (me parece que
fue en la cara) y eso que se buscaban el uno al otro... Poca cosa
se puede decir de las chavalas del barrio, ellas para nosotros eran
tabú, por eso acabaron con gente de fuera.
Debe haber una explicación a
eso, pero no me veo yo hoy con ganas de buscársela.
El tío que chocó con “Koki”,
aunque podía ser de su misma edad, era más alto y más cachas,
encima iba al gimnasio, Se dijeron lo típico en estos casos: “a que te
parto la cara...”, “no hay huevos...”, etc. etc. Les hicimos un círculo,
aquella iba a ser una pelea limpia. Antes de
empezar escuche como uno de
ellos le decía al de su lado:
-El rubio ese no sabe la que
le espera, no sabe que va al gimnasio a hacer boxeo.
Una vez frente a frente
rodeados por la gente, él tío se puso en guardia boxística. “Koki” ni
se inmuto, sin decir nada se fue para él y le arreo un puñetazo que le
desequilibro. Al otro solo le quedo cubrirse mientras retrocedía tras la
lluvia de hostias hacia la carretera, al llegar al borde de ella los
separamos, si nos descuidamos, con otra hostia más se lo lleva cualquier
coche de los que en esos momentos pasaban por allí.
El tío aquel practicaba
boxeo, pero cometió un error y fue que no había peleado en su vida con
un zurdo y “Koki” era zurdo. Me imagino que aquello no le volvería a
pasar después de aquella paliza y el ridículo que hizo.
Después de parar la pelea,
quedamos para liarnos a hostias entre todos. Allí en ese momento
había demasiada gente, escogimos territorio neutral y
quedamos en la plaza Española. Allí se encontraba el gimnasio Atlas, donde
entrenaban los guardias del Club Florida. Si algo iba mal, por lo menos
siempre nos podrían echar una mano.
A los dos o tres días, sobre
las seis de la tarde, llegábamos a la Plaza Española. Éramos
pocos, pero no por eso íbamos a dejar de ir. Nos preocupaba cuantos
podrían ser ellos. Eran de Sants y ese barrio tenía fama de tener bandas
bastante grandes. Nosotros entramos por
la zona sur de la plaza y al
mismo a tiempo llegaban ellos por el norte.
La cosa, nada más verlos,
pintaba bien. Ellos no pasaban de diez o doce, nosotros no recuerdo
que llegáramos a diez.
Esta vez nos pensamos las
cosas y lo que iba a ser una gran pelea que nadie sabía cómo iba a
acabar, comenzó y acabó con una charla informal. No fue una
cuestión de miedo por parte de ninguno de los dos grupos, fue más bien por
sensatez.
El boxeador reconoció su
culpa y quedamos como amigos, mejor dicho, como conocidos. Tanto
unos como otros pensábamos que nos íbamos a encontrar con
treinta o cuarenta tíos y creo que todos pensamos: “estos tíos les
han echado huevos al ser tan pocos”. Y el ser tíos de palabra fue lo
que evitó aquel enfrentamiento.
Seguimos yendo a Sants tras
aquellas chavalas y jamás tuvimos problemas con nadie. Yo fui
el último en abandonar Sants. Salía con la prima de “Chani” y la verdad
era que estaba algo pillado por ella, sino no se entiende como me venía
cada noche a las diez y algo, después de estar con ella, andando
hasta mi casa. Tenía que ir andando ya que el último autobús pasaba
a las diez. Ella terminaba de trabajar a las nueve y no íbamos a
estar tres cuartos de hora
juntos.
No sé cuántos kilómetros pueden
haber hasta mi casa, pero más de una hora andando me la hacía
cada día. Me acostaba sobre las doce y me levantaba a las cinco y
algo. Creo que ese fue el motivo por el cual la dejé. De todas aquellas
caminatas, me quedó el gusto de andar de noche por las calles vacías,
es como bañarse solo en el mar, el silencio no es silencio
porque el silencio te quiere hablar, solo has de saber escuchar y encontrar
la paz en tu interior.
Un domingo por la tarde nos
fuimos a bailar a Long Play. “Trini” y yo vimos a dos tías que no las
teníamos vistas anteriormente. No sé si fue él o fui yo quien
eligió, pero no tardamos en estar bailando con ellas. La que estaba conmigo
se llamaba “Rafi” y la que estaba con
“Trini”, Montse.
No llevaba mucho tiempo
bailando con ella cuando vi a “Chani” no muy lejos de mí que había
dejado de bailar y estaba hablando con alguien. Aquello me chocó,
por lo que no le quite ojo de encima, vi que el otro le levantó la mano a
“Chani” y se armó el follón. A “Chani” no se
le podía levantar la mano
sin que te llevaras un puñetazo. Al no estar lejos de él, no tarde mucho
en llegar y creo que el único que cobró aquel día fui yo. “Chani”
sin querer me dio por un lado y aquel tío por el otro, hasta una patada me
lleve por parte del enemigo, después
supe que el tío era cinturón
marrón de Kárate.
Ellos se dieron algún que
otro puñetazo, más bien lo dio “Chani”, puesto que al dar primero,
dio dos veces, aparte de que el estar todo el día dando martillazos
endurece los puños. A mí me cogieron en frió, pero lo pude aguantar.
“Trini” y yo acompañamos a
“Rafi” y a Montse a su barrio, quedamos para salir otro día y así lo
hicimos, pero yo pronto me cansé y dejé a “Rafi”. “Trini” siguió con
Montse, no tardaron mucho en casarse. A los dos o tres años de casados,
un día en casa de los padres de él, nos
pusimos a recordar el día en
que nos conocimos. En un momento de la conversación, Montse
dijo:
-Del día de la pelea en el
Long Play guardo un “nomeolvides” de plata con el nombre de
Jerónimo.
Nos quedamos parados. Con
cara de asombro le pregunté a Montse:
-¿Como me llamo yo?
-Jerónimo. –contestó-.
-Ese nomeolvides es mío. Lo
perdí en la pelea ese día.
Por un momento no entendí
que ella no hubiera caído en ello en que fuese mío, ya que mi nombre
no es un nombre muy común, pero enseguida me di cuenta que
ella me conocía como “Indio”. Al poco tiempo me devolvió el
“nomeolvides”, valía la pena guardarlo, esa pulsera tenía historia.
Por medio de “Trini”
conocíamos a un tío que se dedicaba a vender joyas a plazos por las
casas. Un día nos enseñó unas pulseras que llevaba y le compramos
cuatro o cinco. Aquellas pulseras representaron un pacto de
sangre, siempre nos recordarían nuestra amistad.
Un sábado por la tarde nos
fuimos a bailar a Pusycat, junto al campo del Barça, nos dimos cuenta
de que a “Chani” le estaban rodeando unos tíos y nos fuimos
poniendo detrás de los que lo rodeaban.
“Chani” era libre como el
mar bravío y necesitaba espacio para bailar, aquello les debió de
molestar y uno de ellos le tiró un cigarro encendido, el cigarro le dio
en el pecho y cayó al suelo, “Chani” ni se movió. El tío mirándolo a
los ojos, se agacho, se sentía seguro al estar
rodeado de los suyos,
extendió la mano y cogió el cigarro, pero ya no pudo retirar la mano porque
el pie de “Chani” se lo impedía. Nadie se movió, pareció como si la
música se parara, en ese momento los corazones iban a todo ritmo,
nadie sabía lo que “Chani” era capaz de
hacer, si a aquel tío se le
ocurría levantarle la mano otra vez, ya la teníamos liada. Los que
rodeaban a “Chani” se dieron cuenta que nosotros estábamos detrás y
aunque nos superaban en número, no les hizo ninguna gracia
aquello. “Chani” viendo que nadie se movía, levantó el pie dejando la
mano libre del que le había tirado el cigarrillo. El tío se levantó y se
apartó de “Chani”, se dio cuenta que mientras él estaba con la mano debajo
del pie de “Chani”, ninguno de los suyos movió un dedo. Como “Chani”
por lo visto ese día estaba de buenas, casi salimos a besos.
Un domingo nos fuimos a
Tamicos, era la única discoteca que conocíamos que tenía una
pista de baile en la parte de abajo, donde solo podías entrar
acompañado de una tía. Estábamos en la parte de arriba intentando ligar algo
y vi que la gente se arremolinaba en una esquina junto a la salida,
entre ellos “Chani”. No lo pensé y en dos segundos estaba junto al él.
Cuando me abrí paso entre la gente y ya lo tenía a un palmo, vi como
el vigilante de Tamicos, un tío de unos cincuenta años, una mole en
todo los sentidos, media más de metro
ochenta y daba miedo verlo,
hablaba con “Chani”. Por lo visto “Chani” se había liado o discutido
con alguien y el tío, antes de que la cosa fuera a más, se metió por
medio para separarlos. “Chani” por lo que fuera se enfrentó con él y
el tío en el mismo momento que yo llegaba allí, le levantó la mano en
plan amenaza. Todo lo que vino después ocurrió muy deprisa.
“Chani”
le dio un puñetazo con tanta fuerza que el tío se tambaleo para atrás,
la siguiente hostia me la lleve yo por meterme por medio, lo cogí
por el pecho y ganas me dieron de devolvérsela, pero ni
siquiera le levante la mano, por si acaso en su ataque de ira, no me
reconocía. El tío se acercó para darle a “Chani”, pero se lo debió de pensar y
nos mandó a la puta calle. Aquel tío estaba acostumbrando a que
con su sola presencia la gente hiciera lo
que él decía, con “Chani”
cometió el error de levantarle la mano.
Un día entre semana, un año
después, estando en esa misma discoteca, no recuerdo quien
fue el que me dijo que “Koki” iba a coger un faro de coche para su
moto. Salí a ver si lo veía y vi a “Lete”. Le pregunte por él y
señalándome un coche que se hallaba cerca, me dijo:
-Le está quitando el faro a
ese coche.
Me fui para él, discutimos
sobre el tema. “Lete” me dijo que lo dejara estar y “Koki” creo recordar
que me mando a algún sitio no muy agradable. Con la impotencia
y el cabreo me marchaba, cuando tres tíos se acercaron al coche.
Uno de ellos se mosqueó, debió de oír algo y en vez de subirse en el
coche, pasó por delante y allí se encontró a “Koki” tumbado en el suelo a
lo suyo. Después de preguntarle que hacía y porqué le estaba
robando el faro, se tiro encima de él. Con asombró vi que las hostias
no se las llevaba “Koki” sino el otro. Se
levantaron y antes de
empezar a discutir, el dueño del coche me dijo:
-Son amigos tuyos.
-No, no son amigos míos.
–contesté-.
-Entonces márchate de aquí.
“Lete” se levantó, se fue
para ese mismo tío, debió pensar que iba a por “Koki” y el tío con toda
su rabia le dio un puñetazo. “Lete” cayó al suelo del golpe. Uno de
ellos dijo de llamar a la policía, pero viendo que el faro no tenía casi
desperfectos, decidieron irse y dejarnos allí.
Vi que “Lete” no se movía y
pensé que lo estaba haciendo expresamente, así la cosa se
iría calmando. Si hubiera aparecido la policía, como uno de los que
acababan de irse quería, la cosa se hubiera complicado. Una vez
que arrancaron el coche, me acerque a “Lete” cuando “Koki” ya
estaba con él espabilándolo. Aquel desmayo que yo creí que era
disimulado, era totalmente real, ese tema siempre me ha marcado, me he sentido
siempre como se debió de sentir Pedro cuando negó a Jesús,
no hay palabras con las que disculparme porque ni a mí mismo me
convencerían. Ese episodio siempre irá conmigo. Lo que más me jode
es que después de negarlos, mi amigo de toda la vida “Lete”, esa
noche se tuvo que ir de urgencias. Aquel puñetazo le cogió en frío y
le rompió la nariz, por eso se desmayo, desde entonces tiene molestias.
Sé que más de uno diría que son cosas que pasan, pero aunque
sea por motivos diferentes, ni “Lete” ni yo olvidaremos aquel día.
La última trifulca fuerte me
la perdí. Era día de Carnaval y me tocó trabajar en el centro
cultural de Esplugas, en la discoteca que allí había, dónde estuve poniendo
discos casi tres años hasta un mes antes de irme a la mili.
Allí pase muy buenos momentos y “Ruano” más de una tarde la paso
allí conmigo. A él , al igual que a mí, nos gustaba la música.
Esa noche de Carnaval, “Bautí”,
“Titi”, “Koki”, “Chani” y “Lete” se disfrazaron a cara
descubierta y se fueron para Batusi. Poco a poco nos fuimos acostumbrando al
ambiente de aquella discoteca. Era una discoteca con tres pistas de
baile y tres barras de bar y aunque estaba a unos cien metros de
Tamicos, nos encontrábamos más a gusto allí.
Tamicos era más bien de
ambiente pijo, esos de los que quiero y no puedo, pero por aparentar lo
que fuera. Batusi era de gente normal, había más espacio y más
tías, motivos más que suficiente para que casi no saliéramos de allí.
Ese hecho no pasaba desapercibido a algunas personas, sobre todo
a la banda de los “Huracanes”, (los mil y un Huracán se hacían
llamar). Estaban un poco hartos de todos nosotros, les estábamos
pisando el terreno y tenían que pararnos los pies. “Chani” y “Titi” se
ponían a bailar Rock o lo que fuera aquello y
necesitaban media pista para
ellos solos, arramblaban con todo lo que se les ponía por medio, la
gente no entendían que los dos eran uno bailando un Rock celestial,
o el mismísimo Rock de los infiernos.
No sé por qué eligieron
aquel día, me imagino que fue porque se juntaron muchos esa noche y
debieron tomarse el día de fiesta muy en serio.
Cuando fueron a entrar, los
porteros le prohibieron el paso a “Koki”, el motivo era que iba
vestido de “Sevillana”. El disfraz no debería ser muy bueno porque no coló el
que pasara por una tía. Solucionaron el problema yendo al coche y
cambiándose. Se puso una chaqueta de
“Chani”, con la cual podría
decir, al no quitarse el maquillaje, que iba disfrazado de David
Bowie.
Una vez en la puerta, antes
de volver a entrar, vieron como dejaban entrar a uno de los
“Huracanes” disfrazado de Pipi Calzaslargas. Fue suficiente motivo como para
comenzar una discusión sobre el tema con los porteros y aquella
discusión fue la gota que colmó el vaso de
la paciencia de los
“Huracanes”.
Bajaron a la pista de abajo,
al entrar en la pista les habían hecho un pasillo, lo que no les
amedrento y siguieron para adelante en dirección a la barra del bar, mientras
iban avanzando por aquel pasillo, (un pasillo que no tenía pinta
de ser un pasillo triunfal), sentían como les
soltaban algún que otro
insulto, de esa forma los ponían a prueba antes de calentarlos. Cuando
salieron del pasillo, “Titi”, que siempre ha sido de eso que dicen: “por
las buenas lo que quieras, por las mala ni Dios”, les dijo a los demás:
-Vamos a volver a pasar, a
ver que mierda quieren estos.
Empezaron a hacer el camino
a la inversa. “Titi” habría el camino y a la mitad del mismo, un tío
alto y con gafas de sol le tiró el sombrero que llevaba al suelo. “Titi”
no se lo pensó, (si le tocaban los huevos, el no pensaba nada) y se tiró
encima de él y quizás por chocarle lo de las
gafas de sol dentro de la
discoteca, le metió los dedos en los ojos y el tío se puso a gritar:
-¡Que me dejas ciego!
Allí se armó la de Dios.
Ellos dieron los primeros, a esos famosos “Huracanes” los pilló por
sorpresa, no se esperaban esa reacción.
Sonaron las primeras sirenas
de la policía. Al aparecer la policía, todos se hicieron los locos, tanto
que “Titi” tenía a dos sentado en un sofá con los brazos por encima,
unos segundos antes los tenía cogidos por el cuello. Fueron a por
“Koki” por la espalda y “Titi” los agarró a los dos por el cuello acabando en
aquel sofá. Al final salieron de allí como amigos de toda la vida hacia
el bar de al lado y como en los cuentos, acabaron todos bebiendo
cervezas y comiendo perdices, ¿o fue queso fresco?..., quedaron
como amigos para siempre, ocurría muy a
menudo que tenías que
demostrar quien eras para que te dejaran en paz y esa noche supieron los
mil y pico huracanes quienes éramos, aunque yo no estuviese
presente.
Esta versión de los hechos,
se ha podido escribir por gentileza de “Bautí”, “Titi” y “Koki”.
“Bautí” por medio de un correo electrónico, “Titi” y “Koki” por medio del
teléfono.
No tuvimos más broncas que
las expuestas mas arriba. Hubo algún que otro encontronazo, lo
normal. Aun hoy en día ¿quien no está exento de ello?
No hubo mucho más que sea
digno de contar.
Capitulo anterior, y todos
http://madrid.tomalaplaza.net/ |
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