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Dueños de sus Destinos (Cap. XI)


                   DUEÑOS DESUS DESTINOS (Xl)
                                                                      Por Jeronimo Duran   
solo teníamos una salida y no era correr. Habíamos visto más de una vez escenas como aquellas en el cine, pero las películas solo son películas y aquello era real. Nos pusimos de cara a la pared cogiéndonos como pudimos a cualquier saliente de ella. Aquel tren, siendo el más lento que he visto en mi vida, lo note más rápido que el A.V.E., lento por lo que tardó en pasar y rápido por que tiraba de nosotros con una fuerza tremenda, las pasamos putas. 

Del Capitulo anterior:
Si ya nos lo pasábamos de muerte, con moto ni los “Ángeles del los sueños" "o infierno”.
No está en mí envidiar a nadie, pero “Koki” y sus motos, son mucho “Koki”. El tío todavía no ha sabido bajarse aun de ellas. Me alegro por él, puesto que todavía siente el viento en su cara mientras corre. Yo deje de sentirlo la última vez que corrí a pie y de eso hace ya mucho tiempo.
                                    CAPITULO—11 ENTRE PLAYAS Y PISCINAS
El verano del setenta y uno estábamos todos más que compenetrados para lo que hiciera falta, (siempre dentro de la ley). Fue el año en que la playa se puso a nuestro alcance. No había que ir a Sants a coger el tren de la India, yo le llamo así, porque después de ver algún reportaje sobre esos trenes, me recordaban a aquellos viajes en los trenes desde Sants a Castelldefels, quizás no tan a lo bestia, pero tener que salir por la ventanilla, lo tuvimos que hacer mas de una vez.
Desde la misma horchatería, los domingos salían dos o tres autocares hasta Castelldefels. El día que al responsable de los autocares le dio por hacer ese recorrido los domingos, acertó de lleno y nunca mejor dicho, porque los autocares iban a tope de gente.
Cogerlos ya era toda una aventura, el trayecto era ir en busca de la playa perdida, ya que parecía que nunca se llegaría porque a todo el mundo le dio por ir hasta allí. Las colas eran tremendas y te podías tirar dos horas para hacer veinte kilómetros. La única ventaja que
teníamos para poder aguantar el viaje era el ambiente que se creaba dentro del autocar.
La playa para nosotros estaba en esa época cerrada hasta el día de San Juan, ese día sobre las seis o siete de la mañana llegábamos allí, buscábamos cualquier barca que estuviera en la arena y debajo de ella procurábamos descansar después de toda la noche de fiesta. Ese
día de apertura se iba a descansar, después la cosa cambio se convirtió en un desmadre total. Alguien le quito la cerradura al mar y la playa se quedó abierta para nosotros todo el año.
No recuerdo que allí se fuera a ligar, ni recuerdo que alguien lo hiciera, como pocos fueron con algún ligue, allí nos íbamos a divertir. Los ligues podían esperar en las discotecas. Solo recuerdo haber ido una vez en compañía femenina, fue con la prima de “Charly” y sus amigas. Yo salía con una de sus amigas, más tarde la cambie por su prima. Fuimos con ellas “Charly”, “Koki” “Titi” y yo, pero esa vez fuimos a Garraf. Fue la primera vez que íbamos, después volveríamos más veces y aun algún que otro verano aparezco por allí. Allí nos encontramos un mar muy diferente.
Subimos la chavala que salía conmigo y yo a lo alto de una pequeña montaña y desde allí, no sé si por tenerla entre mis brazos, o por la vista que tenía delante, que el mar me pareció demasiado grande.
Nunca lo vi tan grande como aquel día, desde allí se veía toda la playa el Garraf, el mismo pueblo y parte de la costa. Aquel paisaje me dejo tan alucinado, que no tarde en volver en
compañía de “Charly”, no recuerdo como se me cruzaron los cables, ni como lo lié, ni porque me dio por ahí, pero a las dos o tres semanas, un domingo por la mañana, nos bajamos los dos del autocar en la playa de Castelldefels y nos pusimos a caminar en dirección a Garraf.
El camino no se nos hizo largo, íbamos a la aventura, estando los dos juntos no necesitábamos a nadie más.
Amanecer en El Garraf
Una vez a la entrada de las costas de Garraf, (el único camino posible, o el más cómodo), que era el que hacia el tren, nos pusimos a caminar por las vías hasta nuestro destino. Todo marchaba perfecto, el cansancio todavía no había aparecido y la moral estaba alta.
Cruzamos el primer túnel y vimos que estaba “chupado”, al segundo o tercero al ir por la mitad, apareció el tren. Por el camino por donde íbamos, no podíamos pasar al otro lado de la vía, solo teníamos una salida y no era correr. Habíamos visto más de una vez escenas como
aquellas en el cine, pero las películas solo son películas y aquello era real. Nos pusimos de cara a la pared cogiéndonos como pudimos a cualquier saliente de ella. Aquel tren, siendo el más lento que he visto en mi vida, lo note más rápido que el A.V.E., lento por lo que tardó en
pasar y rápido por que tiraba de nosotros con una fuerza tremenda, las pasamos putas. Si alguna vez de más joven el miedo me había dado alas, aquel día me dio garras para quedarme clavado a la pared. Dos trenes pasaron y los dos nos cogieron en mitad de un túnel.
Cuando se acabaron los túneles, el corazón volvió a coger su ritmo normal, habíamos salido de aquella, pero no por eso se nos iba a olvidar, al igual que sería inolvidable la vuelta. Todavía no sé el motivo de toda aquella historia, pienso que surgió por alguna discusión que
tuvimos la primera vez que fuimos a Garraf. La idea principal de toda aquella historia era llegar a Castelldefels por el mar y eso fue lo que hicimos, unas veces andado por las rocas y otras nadando con la ropa a cuestas. Cuando llegamos a la playa, una vez que dejamos atrás las costas de Garraf, la satisfacción fue enorme, no habíamos escalado el Everest, pero casi. Hacer el trayecto no fue nada fácil, como no lo fue el enfrentarse con los trenes dentro de los túneles. Aquella fue una gran aventura, aunque los libros de historia jamás hablaran de ella.
Un sábado en el bar Marchica, hablando sobre la playa y el coste de los autobuses, uno de los presentes en la barra a quien conocíamo de vista, nos dijo:
-Si queréis os llevo yo.
Creo recordar que se llamaba Manolo, pasaba de los veinticinco años, tenía una furgoneta y se dedicaba al trasporte. Se ofreció a llevarnos por un precio menor que el de los autobuses. Nos pareció bien, ya que no tendríamos que hacer cola para cogerlos y sobre todo a la vuelta no tendríamos que volvernos locos en espera del maldito autobús, ya que los autobuses en el primer viaje que hacían eran puntuales, después de eso ya era el caos, aparecían cuando llegaban y se marchaban cuando llenaban.
Los viajes en la furgoneta eran de cine. Lo mismo íbamos ocho, que doce sentados en sillas de playa o como podíamos. Manolo se quedaba con nosotros pasando a ser uno más, aunque nos cobrara el viaje. El tío se sacaba un dinero y encima se lo pasaba de muerte.
En la playa disfrutábamos de lo lindo, aunque estuviese llena de gente siempre había espacio para jugar a pelota, pero lo que más nos gustaba eran los patines, con ellos podíamos jugar a piratas. Los patines eran de dos plazas, pero por cuestión de amistad y economía, subíamos de tres a cuatro en cada uno.
Descubrimos que a una profundidad de tres metros en la arena del fondo, vivían unas almejas rojas más bien grandes y nos lo pasábamos de muerte buscándolas, eran el tesoro que cada pirata busca y nosotros éramos bastante piratas. No era fácil cogerlas, tenía su historia, por lo menos para “Chani” y para mí. Teníamos la experiencia de “Piscinas y Deportes”, por lo que procurábamos no bajar más de tres metros. 
Era fácil de calcular, si al bajar dos metros veías que te quedaba el doble, la almeja allí se quedaba y nosotros subíamos para arriba, de esta manera la almeja se salvaba de nosotras y nosotros de repetir una mala experiencia. A las que tenían la mala o buena suerte de caer en manos de “Chani”, no les duraba mucho su agonía, le encantaba comérselas crudas. Yo probé una y la verdad que no me hacía mucha gracia, sin embargo algunos años después, (dos o tres), descubrimos que junto al bar de nuestro colegio vendían ostras. Algunos sábados que íbamos a bailar al, Long-Play nos acercábamos “Chani” y yo y nos comíamos unas cuantas. Yo dos o tres, “Chani” cinco o seis. A raíz de aquello, no siendo las ostras algo que me enloquezca, de vez en cuando si las veo me como dos en recuerdo de aquellos días.
No recuerdo a nadie de nosotros que se llevara a ninguna chavala a la playa, excepto a “Trini” que quedó con ella allí por dos veces. La tía hacía de modelo y la verdad no sé si llegó a triunfar o a vivir de ello, pero cuerpo y estilo tenía para ello, a mi modo de ver, creo que se la
traía para tocarnos los huevos y podernos restregar la belleza exuberante de la muchacha. “Trini” le daba más importancia a las tías de la que nosotros le pudiéramos dar, de ahí que estuviera casi siempre apartado de nosotros. Él se enrollaba con cualquier tía y le duraban más que las pilas Duracel. “Lete” con una tuvo para toda la vida, hoy en día todavía está en ello. Se perdió muchas cosas, pero se encontró otras que nosotros no tuvimos.
La vuelta de la playa en aquella furgoneta era el no va más.
Cogiéramos por el camino que cogiéramos, no nos escapábamos de las caravanas que se formaban. Después de probar todos los itinerarios, (no había más de tres), nos quedamos por el que pasaba por el centro de los pueblos, así nos daba tiempo de bajar a alguno e ir a buscar unas cervezas, no había prisa, veías un bar a cien metros, te bajabas de la furgoneta y te ibas tranquilamente andando. Cuando salías con la bebida aun tenías que esperar a que la furgoneta llegara a la altura del bar, mientras llegáramos con tiempo de ir al baile....
La piscina pasó a ser un lugar de parrilladas donde casi todos nos conocíamos. Estaba en Sant Just muy cerca de nuestro barrio a unos diez minutos andando desde donde yo trabajaba y algún sábado por la mañana me escapaba del trabajo unas horas, para pasar un rato en compañía de quien allí hubiera.
Entonces no sabíamos lo que era la semana inglesa, pero se empezaba a oír hablar algo de ella. Una de los recuerdos que guardo de aquella piscina, fue un día que estaban de costillada el grupo de los mayores del bar Marchica. La gran mayoría de la gente de ese bar eran nacidos en Osuna, un pueblo de la provincia de Sevilla por lo que se conocían casi todos
desde pequeños. “Chino” era de allí, al igual que el marido de una de mis primas, (con la que mejor me he llevado siempre). Aquel día estaba con ellos Antonio, íntimo amigo de Manolo el de la furgoneta.
Había venido con nosotros más de una vez a la playa, era bruto entre los brutos y noble entre los nobles. Uno de ellos, por gastar una broma, le bajo el bañador a Antonio y este salió tras él, llevando una gran sandia entre sus manos, aquel se tiro de cabeza a la piscina,
sabiendo que Antonio no sabia casi nadar,,se equivoco puesto que nada más sacar la cabeza, le cayo la sandia en la misma. La sandia se partió en varios trozos y alli comenzó el follón. Tuvo que llegar la policía para poderlos echar de alli, eso si el agua ya no sabia a cloro
más bien sabia a sandia,
Aquellos tíos se las traían, un día en el cine Navarra entramos, juntos con diez o doce de ellos, nos sentamos dos o tres de nosotros unas tres filas delante de ellos, llego el acomodador no más de diez minutos empezada la película, les llamo la atencion y se callaron, cuando el
acomodador se dio la vuelta y no habría andado mas de cinco pasos alguien no recuerdo bien de nosotros dijo algo, y los echaron a todos a la calle, eso si con su correspondiente follón para una vez que no fueron ellos , acabaron pagando lo que hicimos nosotros,,nos dieron la
tabarra cuando nos vieron pero alli se quedo todo,
Antonio era gracioso hasta en las broncas de hay que la Policía pasara de ellos,
Un día en la avenida Masnou junto a las cocheras, nos paremos con el y algún que otro, en eso que paso una chavala que estaba de buen ver en compañía de su madre. Se giro y le soltó morena cada vez que te veo se me sunsurronea el pijo, y es porque te quiero Japuta.
Tras escucharlo la madre, le dijo de todo menos bonito y creo que no le dijo ninguna mentira, él no sabía lo que era la vergüenza. Antonio, sin cortarse un pelo, le contesto a la madre:
-Y tu, si te pones a tiro, también.
Escrito de esta forma sueña mal, pero la gracia que tenía el tío para decir las cosas era insuperable. Hasta la madre y la hija se fueron sonriendo después de todo lo oído.
 Capitulos anteriores:

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