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Dueños de sus destinos ( V )

DUEÑOS
DE SUS
DESTINOS
( V )


Por Jeronimo Duran


¡Joder!, después te cuentan que no existía la desigualad. Los de `”pasta” tenían sus clubs privados, como el club de Polo, donde vimos 
a un tío pequeño que debía de ser Franco. 
Del capitulo anterior
solo le hubiese hecho falta tener un poco más de comprensión para saber que allí, en aquella clase, había muchos más de los cuatro de siempre, que les podía haber sacado provecho a muchos y por culpa de su trato prepotente y sus deseos de crear terror, los anulo de por vida.



                      CAPITULO 5- EL FIN DEL COLEGIO


Se acercaba el verano del 68. Del mayo francés no sabíamos nada,
lo supimos después, pero yo no lo entendí, ni lo entiendo todavía.
Nosotros en ese mayo tan famoso, nos dedicábamos a lo nuestro.
Habíamos descubierto un bar que lo tuvieron que cerrar junto a la
entrada del campo de fútbol.
“Sebás” y “Lete” no hacía mucho que estuvieron poniendo
banderitas de la Cruz Roja, del Dómun y de lo que hiciera falta, no era nada difícil, solo era cuestión de dar nombre, colegio y direcciones falsas. Lo que no era falso era el dinero que se traían. Yo no valía para ello, tenía la impresión de que les estaría robando a los negritos, pero siempre pude disfrutar de una parte de aquel dinero. Los veía marchar con su hucha y sus caras de buenos chiquillos y hasta yo me lo creía, ¡a lo mejor ese día por fin iban a pedir para los negros! Me preguntaba porque iban a pedir para los negros si los únicos negros que podíamos ver estaban en las películas de Tarzán y todos eran demasiado malos. Ellos podían pasar sin aquel dinero, pero las cosas que se podían obtener con él, no era para dejarlas pasar. Nunca hubo un reproche ni por mi parte hacia ellos ni por parte de ellos hacia mí.

De aquel bar nos llevamos todos los sifones, su envase, por su complejidad, se pagaba muy bien. Donde más vendimos fue en el bar que estaba frente al “Spar”, teníamos relación con el hijo del dueño, quien nos llevaba un año o dos de diferencia. El chaval tenía obsesión con los tebeos de Superman. Se hacía la colección, pero por lo que deducimos se la tuvo que empezar a hacer demasiado tarde, ya que le vendimos todos los comics que pasaron por nuestras manos, algunos al tripe de su precio real. El precio al que se lo dejábamos dependía de su satisfacción al tenerlo entre sus manos.
Los envases de sifón te los compraba hasta el Trapero y no te lo
pagaba mal.
En aquel tiempo, era normal llevar los envases al bar y decirle al
responsable:
-Mi madre dice que si me puede abonarme 
estos envases.
En aquel entonces cumplimos los trece 
años y el verano que se aproximaba iba 
a ser el último con tantos días de fiesta, lo teníamos que aprovechar de la mejor forma posible y así creo que fue.
Un sábado de ese mes fuimos al parque 
que se halla en la entrada de la Diagonal. 
Tenía buenos columpios y eso era lo que 
más nos llamaba la atención, aunque las rosas que dominaban la mitad del
parque eran muy llamativas y era muy difícil pasar entre ellas y no
prestarles atención. Nunca vi tantas rosas de tan diversas características.

Era al atardecer cuando de vuelta a casa pasamos junto a una casa que estaba demasiado cerca de donde tenía que pasar la nueva ampliación de la Diagonal. 
Habíamos pasado ni se sabe cuántas veces por allí, pero ese día iba a ser diferente, parte de la valla estaba rota y la casa se encontraba vacía. Como sabíamos por experiencia que siempre puede haber algo que se pueda aprovechar, decidimos entrar. Una vez dentro, nos dimos cuenta que se lo habían llevado todo menos lo que en esos momentos nos interesó. En las paredes y el techo se encontraban los cables de la luz, no había nada más de valor, pero para nosotros era más que suficiente.

Nosotros no veíamos unos simples cables eléctricos, veíamos dinero fresco, que había que recoger “ya”. Nos pusimos a ello nada más entrar. En las habitaciones de arriba, siendo yo el más alto de los tres, no teníamos que decirnos nada para saber que me encargaría de los cables más altos. Nada más tirar del cable, no se movió, estaba muy bien donde estaba, entonces con un golpe de fuerza, tiré de él con todas mis fuerzas, no se me podía resistir. El cable cedió, pero se trajo con él una viga que yo no pude ver, pero si sentir al estrellarse en mi frente. Aquel golpe dolía de cojones. Enseguida “Lete” y “Sebás” estaban junto a mi viéndome aquel golpe en la parte derecha de mi frente, los note preocupados, me quise hacer el valiente y les dije de seguir, ellos se negaron, dijeron que lo mejor era dejarlo, se dieron cuenta que el golpe se las traía. La zona de mi frente golpeada se empezó a hinchar en segundos. Me pusieron una moneda sujeta por un trapo sobre el bulto y cogido por ellos, salimos de allí. “Lete” dijo al salir:
-El lunes nos traemos un destornillador y unos alicates y
desmontamos todo esto. Vamos a dejar la casa pelada.
Esas palabras nos animaron y ya más tranquilos, con la única preocupación del bulto en mi frente, nos fuimos 
para casa.
A Lete se le empezaba a notar que lo suyo era la electricidad.
Alguna que otra vez me he acordado de aquella moneda 
que me pusieron sobre la frente, no sé de quién era, 
sé que no era una moneda en uso y si lo era, no era una peseta cualquiera. Quizás no me quise fijar en esa moneda para poder olvidar el dolor, pero algo tenía de mágico ya que poco o mucho surtió su efecto, solo recuerdo que era grande y que si me la pusieron en la frente de aquella forma era porque en alguna que otra película o comic lo habríamos visto hacer, a imaginación pocos nos podían ganar.
El lunes a medio día, nos fuimos hacia la casa con sed de venganza, (lo mismo era avaricia). Nos encontramos mucha maquinaria por el camino y eso nos mosqueo, pero no le dimos importancia, demasiada gente trabajando, estábamos rodeados.
No sería más de la una, nosotros acostumbrábamos a llegar a casa
a las dos y media y a las tres estábamos en el colegio, con lo que
había que comer y a nuestra edad y con las ganas que teníamos, con cinco o diez minutos íbamos sobrados de tiempo; comiendo a esa hora y con esa rapidez, no teníamos tiempo de quejarnos de la comida.
Cuando giramos para ir hacia la casa, nos quedamos parados de
golpe, la casa ya no existía, se nos habían adelantado. 
Aquel maldito tablón nos aguó la fiesta.
Nos sacaron de nuestras cavilaciones dos hombres que venían
hacia nosotros. Al ver lo que traían en sus manos, nos recorrió por el cuerpo una sensación de vació infinita, nos desmoralizaron de un solo golpe. Entre sus manos traían los cables de la luz que habíamos ido a buscar.
Cuando aquellos hombres pasaron por nuestro lado, “Sebás”,
dejándose llevar por la impotencia les dijo (señalado a los cables con el 
dedo índice de su mano extendida):
-¡Oiga!, ¿nos los dan?
El hombre, extrañado por aquella pregunta le respondió:
-¡Quita niño!, lo que te voy a dar es un guantazo.
Jeje, ya me cole otra vez. Esto va a ser la leche
El tío era todo un valiente. No se le pasó por la cabeza que con
aquellas palabras de amenaza, nos estaba provocando. Los dos
hombres siguieron su camino bajo nuestras atentas miradas.
A no más de cien metros, vimos que junto a un montículo de tierra,
dejaban los cables en el suelo. Estuvimos observando la escena y
vimos que llegaban más tíos. Allí tenían su campamento. Apoyados sobre el montículo que no sería de más de un metro y poco de altura, se pusieron a sacar lo que llevaban para comer. No recuerdo de que estuvimos hablando mientras observábamos la escena, lo que sí recuerdo es que la impotencia que sentíamos y la valentía que había en las palabras de aquel hombre, nos ayudaron a arrastrarnos por el suelo hasta llegar a los cables. Una vez allí, cada uno cogió por un sitio, levantamos un poco los cables y el cuerpo del suelo y nos pusimos a caminar lo más despacio posible. No habíamos dado cuatro pasos , cuando escuchamos decir:
-¡Eh!, que se llevan el cobre.
Instintivamente miramos hacia atrás y vimos unas cuantas miradas de odio hacia nosotros. Empezamos a correr al mismo tiempo que unos cuantos de ellos empezaron a correr también en nuestra dirección. 
La mayoría de ellos se quedó mirando, creían que
dejaríamos caer los cables al suelo nada más dieran tres pasos los que salieron persiguiéndonos. Solo habría sido una chiquillada de tres críos. No tardaron en darse cuenta de lo equivocados que estaban.
Los que decidieron perseguirnos debieron de pensar lo mismo y ese
fue su error. Gracias a ello les sacamos algo menos de diez pasos de ventaja y con la ventaja, los cables se venían con nosotros. Aquello fue una carrera campo a través digna de ser filmada por Woody Allen.
Ellos corrían como liebres, nosotros como el viento de un huracán
desenfrenado, a ellos les guiaba el saber que nos tenían que pillar, a nosotros nos daba fuerza saber que nunca antes nos habían pillado y que pondríamos todo de nuestra parte para que eso continuara como hasta entonces.

Con el paso del tiempo, me digo a mi mismo mientras escribo:
-¡Joder!, ¡es que éramos muy buenos corriendo! Además.
teníamos la ventaja de soltar los cables si los tuviéramos encima y eso ayudo a no perder la calma
A un kilómetro de distancia, los perseguidores se cansaron de tanto
perseguirnos y al verlos, nosotros cansados de tanto correr y dispuestos a seguir corriendo si ellos corrían, aminoramos la fuga para seguir andando, ellos hacia el norte y nosotros hacia el sur. En la huida no se nos cayó ni el más mínimo trozo de cable, ni siquiera soltamos un trozo que se manchó de mierda al ir arrastrando mientras corríamos. 
No nos reímos debido al esfuerzo, pero hubiera sido lo suyo y ojala aquella risa la hubiese podido oír aquel tío tan valiente que le quiso dar dos hostias a “Sebás” cuando con toda humildad le pidió los cables. Aquellas palabras amenazantes fueron suficientes para darnos la fuerza que necesitábamos. Aquel hombre tuvo que acordarse de ese día cada vez que entrara a Barcelona por la Diagonal durante toda su vida. No sé lo que dijeron de todo aquello, ni lo que pudieron contar sobre nosotros, ya que de nada tenían que hablar que fuera bueno, pero si nos hubieran dado un poco de cable, no hubiera ocurrido todo aquello, en cambio, su avaricia los traiciono.
Jamás tuve remordimiento por ello, si no le hubiera hablado a “Sebás” de aquella forma, algo de ello tendría, puesto que solo eran unos trabajadores sacándose unas monedas de más.
¡Hola! Soy Juan, he oido hoguera y aqui estoy.

Después de dejar a aquellas gentes, con su pesar y su rabia, decidimos quemar los cables nosotros mismos. 
En aquel entonces nadie te decía nada por encender un fuego. Hoy te pillan con una cerilla en la mano y te rodean los G.E.O.S. con toda su parafernalia.
La decisión la tomamos al ver la cantidad de cobre que podría salir de aquellos cables. Si los hubiéramos llevado sin quemar, nos hubiesen timado seguro, quemado lo tendrían más difícil por mucho que la báscula estuviese trucada.
Aquel fuego fue uno de los más bellos que he visto en mi vida.
Quien haya visto quemar cobre sabrá que el fuego se viste de color,
es como una especie de Arco Iris entre las llamas. El efecto que
producía a la vista era magnifico, al igual que lo iba a ser en poco
tiempo para nuestros bolsillos.
Salimos de la trapería sin dejar por ello de discutir con el dueño por
el precio y el peso. Fuimos disparados a comprar lo que fuera, había que gastar y lo primero era comprar tabaco. Solo nos dio tiempo de eso. Antes las horas se nos antojaban diferentes por mucho más que duraran. Ese medio día acabamos pronto con ellas. Llegamos con el tiempo justo de comer y salir para el colegio pitando.
Ese día sería un gran día. Los tres llevábamos tabaco hasta para
invitar a la clase entera. 
Creo recordar que nuestro botín ascendió a
unas seiscientas pesetas, aunque no debe importar porque fuera lo
que fuera lo que nos dieron era dinero, si lo sabíamos administrar,
(que no sabíamos), nos podría durar un par de meses.
Mientras lo disfrutamos alguien o incluso algunos en algún lugar de
Barcelona se estaría mordiendo las uñas. Aquella aventura fue una
más de nuestras aventuras y la última en la que tuvimos que correr, a partir de ahí nuestro instinto, ya formado en aquellos años, nos sirvió para evitar correr, ni delante ni detrás de nadie, fuera hombre o mujer, policía o guardia civil, ni siquiera de mi madre, (de mi padre jamás lo hice, hubiese sido peor). También conocimos el no callar, aprendimos a no hacerlo regateando con los mayores regateadores y usureros de aquella época, Los Traperos, (conocidos en nuestro barrio y en Barcelona como “Drapáires”.
Algunas veces me dicen que soy echado para adelante, los que
hablan así, no saben que no he tenido tiempo para pararme.
Algunas veces me dicen que morro tienes, y no saben que yo no tuve tiempo para saber lo que es eso. Algunas veces me dicen: “ te has pasado”, pero ellos no saben, que todavía sigo corriendo, no me puedo parar porque todavía no he llegado. Algunas veces me dicen que si estoy loco, ellos no saben que viví en un mundo desarraigado de todo, y ahí te haces el loco o acabas loco, no hay otra salida.


Si me preguntaran, estas serían las pequeñas cosas que nos diferenciaban a los tres de los demás. No creo que ninguno de los tres dijera la frase:
-Si hay que ir, se va.
Nosotros iríamos sin pensar, ya tendríamos tiempo luego de pensar en ello, cuando llegáramos donde tuviéramos que llegar.
Ese verano, por fin iríamos a nadar. Sabíamos del año anterior que junto a la piscina de “Can Melich”, habían montado otra, de esa forma, “Can Melich” quedo para la gente con clase y “Gran sol”, (que así se llamaba la nueva piscina), quedaba para la gente que estaba falta de clase y entre ellos estábamos nosotros. Veníamos del sur y allí de eso poco se sabía. ¡Joder!, después te cuentan que no existía la desigualad. Los de `”pasta” tenían sus clubs privados, como el club de Polo, donde vimos a un tío pequeño que debía de ser Franco. Los que aspiraban a ser como ellos, entre la igualdad y la desigualad, entre el quiero y no puedo, entre aparentar lo que no se era, se fueron creando bajo el engaño de la bandera del deporte, que luego acabaron siendo clubs privados.
Quien no vivió “Gran sol” en todo su esplendor, no sabe lo que se
perdió. La de historias que vivimos en aquella piscina, allí aprendimos toda una generación a nadar y el que ya sabía, allí supo lo que era nadar veinticinco metros en línea.
Habíamos estado en el río Llobregat a la altura de “Sant Boi”, pero no recuerdo que nos metiéramos en el río más allá de que el agua cubriera nuestra cintura. Ese rio causo estragos entre la inmigración, ni todos los ríos de España juntos se llevó tantas vidas como él se llevó.
Muchas veces cuando lo veo, pienso ¿Por qué? no hay un monumento en mitad del rio, en recuerdos de la gente, que el rio se
llevó, por culpa del desarrollo industrial y expansionista “Gran Sol” era la libertad, “Can Melich” era la prohibición mental a todo lo que no fuera el aparentar.
Un día cualquiera, de una semana cualquiera, de julio del 68,
llegamos unos cuantos a la entrada de “Gran Sol”. No las teníamos
todas con nosotros, nos habían dicho los mayores que no había
problemas, pero siendo nosotros a los problemas, como pararrayos
Al rayo, no las teníamos, todas con nosotros, teníamos una salida por si 
acaso y era actuar como en las carreras de Galgos, (canódromo), siempre 
podríamos aplicarla si nos encontrábamos con alguna pega.
“Lete” fue el primero, él siempre era el primero, era como si
mantuviéramos la jerarquía del colegio, aunque no nos diéramos ni
cuenta. Hoy aun no puede mantenerse callado y lo entiendo, lo
dejamos hablar tanto, que sería imposible a día de hoy hacerlo callar aunque 
solo fuera por un rato.
Una vez dentro, nos fuimos como locos a por los bañadores, por fin nos podríamos bañar como Dios manda, (más bien como mandan las costumbres). 
Tras el mostrador había una pareja de chavales un poco más mayores que nosotros dirigidos por un hombre de unos cuarenta años controlando el tugurio, no fuera que alguno se fuera con el bañador sin pagar. No pudimos hacerles una foto a los bañadores que se hallaban colgando de una cuerda, porque ninguno tenía cámara para ello, si hubiéramos podido hacerla hoy estaría en un museo.
Había tantos que te costaba elegir. Al final elegías el que peor te podía quedar, no era que te quedara mal, era imposible que alguno te quedara bien, siempre te podías encontrar a un conocido que te decía:
-¡Hostia!, ese bañador que llevas, me lo puse yo la semana pasada.
Hoy lo pienso y la verdad es que no estábamos muy bien de la cabeza, pero he de reconocer que lo pasábamos de muerte. Ninguno de nosotros tenía bañador propio, eso nos hubiera creado un problema en casa. Habíamos tenido en nuestras manos algún bañador que otro sacado del “Corte Inglés” y allí se quedó. Ni mi propio primo o mi vecino, que ya llevaban más de un año de sus vidas trabajando, tenían uno. Nuestros padres no estaban preparados para saber que sus hijos tenían un bañador, eso para ellos significaba agua y el agua en mucha cantidad significaba muerte y si no era para meterse en el agua, ¿para qué íbamos a querer un bañador?
No tengo palabras para explicar lo que sentí al llegar. 
Subimos del vestuario despacio, mirándonos en silencio, (hasta “Lete” estaba callado entonces), pisamos la hierba que bordeaba la piscina y en ese momento entramos en otro mundo. Lo primero que nos encontramos fue la parte donde se hallaba el trampolín, nos asomamos donde empezaba uno de sus laterales y vimos que allí había mucha agua.
Una cosa era verla y otra tener tanta agua a tus pies. “Sebás” y yo mirábamos pisando la hierba, mientras el de siempre, la miraba desde el borde. Despacio llegamos donde el agua nos cubriría por la cintura y allí mismo montamos el campamento. Entramos muy despacio, tanto o más que la primera vez que cruzamos el puente de “Esplugas”, noté un sabor raro en el aire, me molestaba ese olor y no supe lo que era hasta que me entro agua por la nariz, por primera vez supe a qué sabía el cloro, desde entonces me ha costado bastante sobrevivir con el en los días de piscina.
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FOTOGRAFIA: CARLOS DE ANDRES

FOTOGRAFIA Carlos de Andrés Carlos de Andrés. Fotógrafo               Historial Resumido           cdeandres@efti.es Se inicia como ayudante de fotografía en la agencia Cover en 1986, pasando al año siguiente a formar parte del staff de fotógrafos. Trabajó en el semanario El Globo y el diario El Sol como reportero. En la década de los 90, y como fotoperiodista, es colaborador en la agencia VU, Paris. A partir de 2010 pasa a formar parte, como colaborador de la red mundial de fotógrafos documentalistas de la agencia Getty Images. Sus trabajos han sido publicados en casi 80 libros de fotografía; cuatro de ellos temáticos: "Románico Palentino", "Soria Imaginada", "Soldados" y "Música, lo Clásico". Está inscrito en La Historia de la Fotografía de España, por Publio López-Mondejar, Real academia de las Bellas Artes. Ha trabajado en proyectos Documentalistas como el Open Spain, Iron River, Cultura del Olivo,

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 El 20 de septiembre de 2011 nació este blog,  EL BLOG DE JUAN , cumplimos un año. Esta fue la 1ª foto publicada. Juan Santiso (yo) saltando la hoguera de San Juan Hemos publicado 237 post, recibido  315.054    visitas y habeis realizado 574 comentarios (hay que participar mas, jejeje). FELICIDADES A TOD@S Especial agradecimiento a todos los lectores y a todos los colaboradores y amig@s del blog, El primer dia de su nacimiento se publicaron 4 post ( bajados de Facebook). Los podeis ver con el nuevo diseño abajo de todo. UNA HISTORIA SIN ESCRIBIR (1 Y 2) (de Horacio Eichelbaum)   Y VI QUE ERA POSIBLE.... (las cartas boca arriba de Gabriel Celaya)   QUIERO.... ( A traves de Ginkgo Biloba, de una poesia de Jorge Bucay) El post mas visto es:  LA LUCHA DE LOS MINEROS, ¿SIN FUTURO?   con 6.435 visitas, y esta foto de abajo, de Javier Bauluz fue la portada Hemos procurado ser fieles, y seguiremos luchando por conseguirlo, al anuncio de la cabecera que dice:

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