Macron
Ábrete, mejor queremos el RIC (Referéndum
de Iniciativa Ciudadana)
Los
chalecos amarillos son ―por si alguien lo dudaba todavía― un
movimiento proletario. Como en todo movimiento proletario, en él se
expresa a la vez el proletariado realmente existente y el mundo que
éste anticipa. Es así como el proletariado anticipa en su combate
otro mundo distinto, al mismo tiempo que sigue arrastrando una parte
de la mierda de éste, que se constituirá en la base de su propia
derrota si no consigue superarla en el proceso. ...se acuerda con
nostalgia de las buenas manifestaciones de antaño, claramente de
izquierdas, en las que la CGT entregaba a los manifestantes
encapuchados a la policía. Por fortuna, el movimiento de los
chalecos amarillos es otra cosa.
No
sólo arde París
Por
Comunidad
Si
una imagen se repite habitualmente en el movimiento de los chalecos
amarillos es la de manifestantes que rompen un cordón policial, o
expulsan a los antidisturbios a pedradas, o simplemente organizan una
barricada para cortar la calle y saquear las tiendas de lujo,
mientras a pulmón abierto, llenos de adrenalina, cantan con orgullo
el himno de la Marsellesa. Es una buena imagen para expresar la
naturaleza confusa y contradictoria del movimiento. En cualquier
manifestación se podrán encontrar reivindicaciones del Referéndum
de Iniciativa Ciudadana (RIC) y
de la salida de la Unión Europea para la defensa de la economía
nacional, al mismo tiempo que algunas banderas francesas y regionales
ondean por aquí y por allá con cierta parsimonia. Todo esto convive
en el movimiento con agresiones constantes a la propiedad privada a
través de saqueos y piquetes, la creación de lazos de solidaridad,
la apropiación de espacios de encuentro y asociación proletaria: en
definitiva, el
cuestionamiento práctico de la democracia.
Entre tanto, se ve por todas partes una fuerte reivindicación de la nación y sus símbolos, entre los que la Revolución Francesa hace al mismo tiempo las veces de símbolo del orgullo patrio y de la sublevación contra la tiranía y la miseria.
Los
chalecos amarillos son ―por si alguien
lo dudaba todavía― un movimiento proletario.
Como en todo movimiento proletario, en él se expresa a la vez el
proletariado realmente existente y el mundo que éste anticipa. El
primero parte de la confusión actual, de
nuestra debilidad como clase, de la falta de memoria que los
vencedores nos expropiaron a los vencidos. Pero parte
también de la defensa instintiva, inevitable, de unas necesidades
que el capital debe negar para poder reproducirse. Esta defensa de
sus necesidades empuja al proletariado a negar a su vez al capital y
su dominio sobre nuestras vidas, y no sólo, porque en ese proceso el
proletariado también se niega, se reafirma como comunidad de lucha
en contra de su propia existencia aislada, ciudadana, democrática.
Esta contradicción esencial al capitalismo, inherente a su propia
reproducción, es lo que determina la posibilidad de la revolución.
Hace de ella algo material, físico, ajeno a nuestras voluntades y
conciencias individuales. Es así como el proletariado anticipa en su
combate otro mundo distinto, al mismo tiempo
que sigue arrastrando una parte de la mierda de éste, que se
constituirá en la base de su propia derrota si no consigue superarla
en el proceso.
Sea
como fuere, esta contradicción no puede ser obviada por ningún
análisis militante que se plantee en serio las características del
movimiento, sus avances, limitaciones y el rol que adquieren en él
las minorías revolucionarias.
Hay
dos enfoques, dos caras de la misma moneda, que resurgen a menudo en
los análisis que se realizan en torno a nuestra clase y que nos
incapacitan para comprender esta contradicción. El primero es
idealista y reduce el movimiento a lo que dice y piensa de sí mismo,
omite lo que hace para quedarse con la bandera que agita y
lo desecha a la menor demanda socialdemócrata que aparezca entre sus
pancartas. El
segundo es objetivista y pretende comprender la naturaleza del
movimiento a partir de su composición sociológica. Bisturí en
mano, toma individuo por individuo y lo coloca en una u otra columna
en función de
su
renta, su posición en el sistema productivo, el barrio en que vive o
los estudios que ha hecho. Una
vez desmembrado, lo cose todo muy estadísticamente y pretende ver en
ello la totalidad: tenemos aquí, bajo este prisma ideológico, un
movimiento pequeñoburgués que ha conseguido meterse en el bolsillo
a un proletariado embrutecido para defender la economía nacional.
Voilà el movimiento de los chalecos amarillos. Para qué más.
Junto
con estos dos enfoques, que a menudo nos vienen combinados, ha
aparecido en estos meses otro de carácter antifascista, que retoma
la visión idealista y objetivista que acabamos de apuntar para
llevarse las manos a la cabeza con tanta bandera francesa y tanta
Marsellesa. Reduce el movimiento a los grupúsculos de extrema
derecha que lo cortejan y se acuerda con nostalgia de las buenas manifestaciones de antaño, claramente de izquierdas, en las que la CGT
entregaba a los manifestantes encapuchados a la policía y los
“insumisos” mélenchonistas sacaban ―ahí sí― sus banderas
francesas por una nueva república.
Por
fortuna, el movimiento de los chalecos amarillos es otra cosa. Ahora
bien, que afirmemos el carácter proletario del movimiento, pese a
todas las ideologías y banderas que flotan entre sus protagonistas,
no quiere decir que las mismas no tengan importancia o no sean
finalmente determinantes. Al contrario, partiendo de la práctica
real que determina el movimiento y le confiere su carácter de clase,
percibimos y criticamos todas esas fuerzas del
enemigo que actúan para atraparlo, neutralizarlo y darle una
dirección que se contrapone a las mismas necesidades e intereses que
determinan al propio movimiento. Sin esta comprensión de la
realidad no se hace otra cosa que proyectar imágenes distorsionadas
del movimiento para reducirlo a un movimiento pequeño burgués, de
clase media, ciudadano, de defensa del “verdadero pueblo
francés”, dirigido por grupos de derecha, etc. Desde luego
nosotros no vamos a colaborar en esa proyección espectacular que se
une a todos los esfuerzos de la burguesía por liquidar ese
movimiento. Nuestra intención, justamente, es
contribuir a impulsar la potencia proletaria que la lucha de los
chalecos amarillos contiene y denunciar a todas las fuerzas que
obstaculizan el desarrollo de la misma.
Lo
que el movimiento hace
A
finales de octubre de 2018 comienza a sentirse un malestar general
por el anuncio del gobierno Macron
de una subida de los impuestos sobre la gasolina. Ante el
intento de la burguesía de hacernos pagar la catástrofe ecológica
y social en que se basa su dominio, comienzan a producirse
cortes de carretera y piquetes organizados en torno a las rotondas.
El movimiento ecologista, corriente socialdemócrata donde las haya,
llama a cambiar el coche por la bicicleta si tanto duele el aumento
del precio de la gasolina. Claro, que ir a trabajar en bicicleta a
las seis de la mañana a 40 km de distancia no es tan fácil. Tampoco
es fácil hacer en bicicleta la compra del mes para toda una familia
en el comercio más próximo, que es una gran superficie a 10 km de
casa, pero poco importa.
El
inicio del movimiento, centralizado por primera vez en las
movilizaciones del 17 de noviembre, desconcierta a todo el mundo. Invade
y rompe el boicot de los “medios de desinformación” que, para
sorpresa de todas, CENSURAN una pancarta con el nombre de Macron.
Si
algo caracteriza a este movimiento es su vitalidad, su capacidad de
resistencia ante la represión física e ideológica, al menos a la
más directa. Las siguientes manifestaciones o «actos», una cada
sábado, serán verdaderas manifestaciones proletarias –ni
convocadas ni convocables por ningún aparato del Estado― que van a
superar rápidamente la lucha contra el impuesto a la gasolina. El
movimiento comienza a generalizarse. Se empieza a hablar de una
vida demasiado cara, unos salarios demasiado bajos, una miseria y una
precariedad permanentes que no dejan respirar a nadie y ponen en duda
la posibilidad de sobrevivir en este mundo. Pero no sólo se
habla. Algunos cortes de carretera se convierten en piquetes a las
grandes plataformas de distribución de mercancías, a menudo en
consonancia con parte de los trabajadores.
Las
primeras manifestaciones se producen en los barrios más ricos de las
grandes ciudades y los convertirán en escenarios ideales para el
ataque directo a la propiedad privada. En la isla La Réunion,
«departamento de ultramar» francés, la lucha adquiere una
intensidad mayor, aunque más breve, por más reprimida. Durante dos
semanas los chalecos amarillos van a cerrar el puerto, generando un
desabastecimiento en la isla que viene acompañado de saqueos
organizados y disturbios, así como del cierre de comercios, escuelas
y universidades. La situación se vuelve tan incontrolable que el
gobierno tiene que imponer el toque de queda y mandar al ejército
para aplastar la movilización.
Frente
a las expresiones racistas y antiinmigración que se desprenden al
principio de una parte del movimiento y a las que sirven de altavoz
los grupos de extrema derecha, las luchas en La Réunion van a dar un
ejemplo de unidad de clase por encima de las razas. Tras las primeras
manifestaciones el Comité Adama Traoré4 llamará a participar en el
Acto III, la manifestación del 1 de diciembre, que se convertirá en
una batalla campal contra la policía. Barricadas, saqueos, coches
incendiados y ataques a comercios y bancos asolan los barrios ricos
de París. El Arco del Triunfo, uno de los mayores símbolos
nacionales de la República, es saqueado en su interior y en su
fachada se escribe «Los chalecos amarillos
triunfarán», «Macron dimisión», «Aumentar el RMI» o «Justicia
para Adama». Es todo un escándalo. Lleno
de “Cólera Negra”
Al
mismo tiempo, las fuerzas policiales se ensañan contra los
manifestantes. Sólo ese día en París se
lanzan más pelotas de goma que en todo 2017. El saldo es de
250 heridos, con varios ojos y manos arrancadas y un hombre en coma,
y más de 300 detenidos, una cifra que aumentará a casi 2.000 en el
Acto IV.
Después
de esta manifestación, el movimiento se extiende a los institutos y
varios de ellos son bloqueados por los estudiantes, especialmente en
la zona norte de la banlieue parisina. A lo largo de las siguientes
semanas varios cientos de institutos serán bloqueados o al menos
verán seriamente perturbada su actividad.
Palo
y zanahoria. El 5 de diciembre Macron retira la subida de impuestos a
la gasolina y el 6 el ministro del Interior, Castaner, anuncia que
90.000 antidisturbios serán movilizados para
el Acto IV, así como tanques como los utilizados en el
desalojo de la ZAD en Notre-Dame-des-Landes.
Al
día siguiente se propaga un vídeo en el que la policía humilla a
varias decenas de estudiantes de instituto en Mantes-La-Jolie,
poniéndolos de rodillas con las manos en la cabeza. La represión de
la manifestación del 8 de diciembre es tan brutal que cada vez
resulta más insostenible la estrategia del gobierno de distinguir a
los casseurs ―los violentos― de los “buenos y pacíficos
ciudadanos con chalecos amarillos”. El movimiento comienza a
organizarse contra la represión. Se extienden las redes de apoyo
legal a los detenidos y se crean grupos de street-medics, personas
con algún conocimiento de primeros auxilios que se distinguen en la
manifestación para ayudar a los heridos. Y es que el movimiento
cuenta hoy en día, a tres meses de su comienzo, con más
de 3.000 heridos, entre los que se encuentran varias decenas de
personas a las que una pelota de goma les ha reventado el ojo o una
granada aturdidora les ha arrancado la mano. El nivel de la
represión supera con creces los límites de lo que se acostumbra en
la región europea, y eso ha impulsado un desarrollo masivo de la
solidaridad con los heridos. En muchas manifestaciones, un gran
número de personas lleva vendas en los ojos o en la cabeza con
manchas de falsa sangre, como forma de denuncia de la violencia
policial.
Sin
embargo, siguen transcurriendo las movilizaciones y el gobierno tiene
que desembolsar 300 euros de prima a cada
policía para que no cejen en su empeño de reprimir a los
manifestantes, que oscilan entre enfrentamientos violentos con los
antidisturbios y llamamientos a que se solidaricen con el movimiento.
Al
contrario de las muchas voces que anuncian el fin del movimiento con
la subida de las ayudas y la retirada del impuesto, así como por la
dura represión y los varios miles de detenidos, los chalecos
amarillos no pierden su vitalidad.
Para
ser escuchados, el enfrentamiento es necesario.
2019
empezará con una manifestación el 5 de enero en la que varios
manifestantes utilizan maquinaria de construcción para echar abajo
la puerta del ministerio de la Secretaría de Estado, pudiendo entrar
al edificio y generar diversos daños. El Secretario de Estado tiene
que ser evacuado. Los sindicatos intentarán capitalizar el
movimiento convocando a la huelga el 5 de febrero, pero el
seguimiento será mínimo y la presencia de chalecos amarillos, más
bien escasa. Días después, el sábado 9 de febrero se convoca una
manifestación que retoma la línea de no ser
comunicada ante las autoridades para contrarrestar la
tendencia a la democratización y pacificación de los actos
anteriores, que había correspondido a un desplazamiento fuera de los
barrios ricos y una disminución de los saqueos. Y funciona. Si algo
se repite durante este acto XIII es que, para
ser escuchados, el enfrentamiento es necesario.
El
movimiento aprende: consigna «Ultimatum»
Las
siguientes manifestaciones regresarán a los barrios ricos del este
parisino y tendrán su punto culmen en el acto XVIII del 16 de marzo.
Esta convocatoria se realiza durante el final del «Gran Debate», un
proceso de democracia participativa abierto por Macron para intentar
―en vano― calmar el movimiento. Al principio el «Gran Debate»
es simplemente un motivo de mofa, pero a estas alturas ya comienza a
resultar irritante. El acto XVIII tiene como consigna «Ultimatum»,
lo cual toma un sentido bastante literal: París se volverá el
escenario de una batalla campal como no se había visto hasta
entonces. Se intenta volver a tomar el Arco del Triunfo, y cuando la
policía consigue impedirlo la rabia proletaria se dirige contra las
tiendas y restaurantes de lujo en los Campos
Elíseos, que arderán durante toda la noche.
También
la burguesía aprende. La situación será tan incontrolable que
Macron destituye días después al prefecto de la policía de París
y pone en el cargo a Didier Lallement,
bien conocido por sus habilidades represivas. Al mismo tiempo, se
refuerza los cuerpos de antidisturbios con militares
de la Operación Centinela, un cuerpo militar creado tras el
atentado del Charlie Hebdo en enero de
2015 y especializado en la lucha contra el terrorismo. Desde
entonces, toda manifestación que se produzca en las inmediaciones de
los Campos Elíseos es prohibida y duramente reprimida. Sin embargo,
y aunque la presencia de la policía aumenta en las calles y la
represión se recrudece, en las semanas siguientes se llama a un 1º
de mayo «amarillo y negro», en referencia a la acción
conjunta de chalecos amarillos y del black
block, y París volverá a arder.
Actualmente
la cifra de detenidos se eleva a 8.700 personas
―según el Ministerio del Interior― y casi
2.000 condenados, de los cuales un 40%
con cumplimiento de un tiempo en prisión. A esto hay que
sumar la puesta en práctica de la ley
anti-casseurs, que escandaliza incluso a algunas fracciones de
la propia burguesía al permitir detenciones
preventivas de las personas sospechosas de poder cometer un
crimen ―un guiño truculento a la película Minority
Report― durante la manifestación.
Claro
que toda esta revuelta no viene de nuevas, ni es una creación única
y absolutamente espontánea de los chalecos amarillos. En realidad,
la fuerte combatividad y la capacidad de resistencia y apoyo mutuo
que demuestra el movimiento provienen de un aprendizaje previo del
proletariado en Francia. Así, se mantiene vivo el recuerdo de la
revuelta de las banlieues de 2005 y las formas de organización que
se desplegaron en aquel momento5. Por otro lado, las luchas contra la
Ley Trabajo en 2016 generaron una serie de experiencias y
aprendizajes al interior de los black block que no son
menospreciables, al mismo tiempo que se abrían a personas que no
habían participado antes y se hacían llamamientos a militantes de
otros países como Alemania e Italia a sumarse a algunas
convocatorias, como fue el caso del 1º de mayo de 2018 6.
Paralelamente,
en el curso de estos meses se va más allá de las rotondas y se
forman asambleas a lo largo del país. Las de Saint-Nazaire y
Commercy van a funcionar como motor de este proceso, haciendo varios
llamamientos a la creación de asambleas y la apropiación de
espacios de encuentro y asociación proletaria, fundamentales no sólo
para la discusión y reflexión común, sino también para la
construcción de lazos de solidaridad con los detenidos y los
heridos. Al mismo tiempo y ante la necesidad de mecanismos de
centralización del movimiento, se inicia un proceso de coordinación
entre distintas asambleas que dará lugar a una «asamblea de
asambleas» el fin de semana del 26 y 27 de enero, y una segunda del
5 al 7 de abril.
Lo
que el movimiento dice: el pueblo contra «los de arriba»
Lo
que el movimiento dice y piensa de sí mismo es heterogéneo y
confuso. Esto es natural y revela su carácter masivo y genuino, a la
vez que la situación de debilidad de la que parte nuestra clase en
este período. La ausencia de memoria proletaria y la fuerza actual
del ciudadanismo, hace que los chalecos amarillos se identifiquen más
como el pueblo contra «los de arriba»
que como el proletariado contra la burguesía y sus perros.
Al
mismo tiempo, es importante no hacer un bloque homogéneo a partir
del ala mayoritaria del movimiento, olvidando toda lucha al interior
del mismo por clarificar e imponer nuestros intereses. Sin embargo,
la vitalidad de un movimiento se mide también por las minorías que
intentan señalar y combatir las trampas de la (social)democracia, al
mismo tiempo que profundizar la radicalidad del propio movimiento
contra el sistema. Por ello es importante destacar voces como las del
Llamamiento
de los chalecos amarillos de París Este:
-No
somos la “comunidad de destino”, orgullosa de su
“identidad”, llena de mitos nacionales, que no ha podido resistir
la historia social.
-No
somos franceses.
-No
somos esta masa de “gente humilde” dispuesta a cerrar
filas con sus amos mientras estén “bien gobernados”. No
somos el pueblo.
-No
somos este conjunto de individuos que deben su existencia sólo al
reconocimiento del Estado y a su perpetuación. No
somos ciudadanos.
-Nosotros
somos los que estamos obligados a vender nuestra mano de obra para
sobrevivir, aquellos de los que la
burguesía obtiene la mayor parte de sus beneficios dominándolos y
explotándolos. Nosotros somos los pisoteados, sacrificados y
condenados por el capital, en su estrategia de supervivencia. Somos
esta fuerza colectiva que abolirá todas las clases sociales. Somos
el proletariado7.
Pero
antes de eso, si hay algo que caracteriza a los chalecos amarillos
positivamente es su rechazo de toda forma de representación. Este es
de hecho uno de los factores que nutre su vitalidad como movimiento.
En
primer lugar, el rechazo a los grandes medios
de comunicación es total. Se denuncia su papel en la
propaganda ideológica del gobierno y se producen enfrentamientos e
incluso expulsiones de los periodistas
de los grandes medios que se dejan ver en las manifestaciones.
La
necesidad de defender la autonomía del movimiento está muy presente
entre los manifestantes y los intentos de capitalizarlo políticamente
han sido un verdadero fracaso, como la inscripción de una «lista
electoral de los chalecos amarillos» para las europeas o la
organización de los ayuntamientos para recoger «cuadernos de
quejas» ―un guiño a los cahiers de doléances de la Revolución
Francesa― con el fin de organizar el «Gran Debate».
Sin
embargo, este rechazo a la representación tiene su contraparte. Pese
a que contiene ese cordón sanitario frente al encuadramiento burgués
clásico, contiene al mismo tiempo una negación de la comunidad de
lucha, de nuestro ser colectivo proletario. Se parte no de la
comunidad de lucha, sino del individuo aislado que se representa a sí
mismo y niega por lo tanto la expresión colectiva y sus distintas
formas de materializarse. Es el terreno que permite pasearse a la
democracia, especialmente la democracia directa. Esconde, por un
lado, la idea de que sólo el individuo puede representarse a sí
mismo y de que, en el fondo, la única manera de organizar ese
conjunto de individuos aislados es con formas de democracia directa,
votaciones, procesos formales examinados al detalle, reivindicaciones
vacías para que ningún individuo quede fuera: en definitiva, se
expresa en el asamblearismo más castrante para la acción del
movimiento. Por otro lado, este rechazo encuentra su expresión
ideológica en un discurso populista por el que el pueblo ha de hacer
valer su soberanía refundando una nueva forma de democracia.
Es aquí
donde el Referéndum
de Iniciativa Ciudadana se muestra como un excelente
instrumento de recuperación. «Adiós a la guerra de egos y a la
guerra de poder. Con el RIC ya nadie tiene el
poder, es toda la población quien lo tiene», dice Maxime
Nicolle, uno de los que la prensa ha declarado “líder”
del movimiento. Si la ideología democrática es de por sí una de
las fuerzas burguesas más arraigadas, una de las últimas barreras
que habremos de franquear en el proceso de constitución de clase,
ésta cobra nuevos bríos en el contexto de debilidad en el que nos
encontramos, en la dificultad de reconocernos
como proletarios y de sentirnos una sola clase a nivel mundial.
Así, la defensa democrática de la soberanía se ve reforzada en la
identificación de la catástrofe capitalista con el “fenómeno de
la globalización” y el repliegue nacionalista que se le da como
respuesta por parte de la socialdemocracia, sea
esta más de derechas o más de izquierdas.
Pese
a la presencia mayoritaria del RIC,
no por ello faltan voces que adviertan del riesgo de recuperación
que contiene. Así lo hacen por ejemplo los chalecos amarillos de
Toulouse al hablar de «RICuperación»
en su periódico Le Jaune [El Amarillo]:
El
RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista,
la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente
podríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el
poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡Y además
sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las
manifestaciones, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros
salones, usando pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante!
Pero en el comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes:
“Sí, una vez que tengamos el RIC, podremos
conseguirlo todo”. Eso es falso. Para empezar, ¡pedirle
a la burguesía su opinión para saber si están de acuerdo en
aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! Un voto en
contra de los intereses de los capitalistas, por ejemplo, el aumento
del salario mínimo por hora sería simplemente rechazado. Recordemos
el referéndum de 2005 [sobre la Constitución Europea]. Y esto sin
mencionar la intensa propaganda que sufriríamos si votáramos en
contra, solos frente a nuestras pantallas9.
El
peso de lo nacional-popular en el movimiento, complemento necesario
de un discurso democrático, se refleja en la ausencia
de su conciencia internacionalista. Es paradójico, puesto que
los chalecos amarillos han sido retomados por proletarios de otros
países para expresar su propia lucha contra las condiciones de
miseria existentes. Esto ha ocurrido especialmente en Bélgica, donde
la identificación es más inmediata por la cercanía territorial y
lingüística, pero también en
Egipto,
donde el gobierno, temeroso a una extensión del movimiento, tuvo que
prohibir la venta de chalecos amarillos ante el
llamado realizado por distintos grupos a celebrar el aniversario de
la revuelta de 2011 vestidos de chalecos amarillos para expresar que
es la misma lucha. También aparecieron chalecos amarillos durante
las protestas en Bulgaria
y Serbia
―igualmente contra la subida de la gasolina― y las de Irak,
que se iniciaron por la intoxicación de decenas de miles de personas
debido a la mala depuración del agua. Sin embargo, en lugares como
Alemania, Holanda o España los chalecos amarillos han sido usados
por grupos de extrema derecha ―y también por algunos grupos
socialdemócratas― sin mucho éxito de movilización. En este
contexto, pese a la naturaleza internacionalista del movimiento, que
es reconocida por proletarios de otras regiones del mundo, el
movimiento francés parece reconcentrado en sí mismo, en su plano
nacional, y las referencias al proletariado de otros países brillan
por su ausencia, al contrario de lo que sucedió durante la oleada
internacional de luchas de 2011-2013.
Esto
permite contextualizar la convivencia ―que con el transcurso de la
movilización han ido disminuyendo― en el movimiento con grupos de
extrema derecha, al igual que las expresiones iniciales racistas y
contra la inmigración. Si bien, en la actualidad la presencia de
estas fuerzas es muy relativa, inflada por el
bombo que le da la prensa, no lo tienen tanto las llamadas a
la defensa de la industria y el comercio nacional, simbolizado por el
pequeño comercio, y vehiculadas por la reivindicación del Frexit.
Allí donde muchos ven el peso de la clase media o la pequeño
burguesía, que estaría dirigiendo el movimiento o, al menos,
consiguiendo introducir sus propias reivindicaciones, nosotros no
vemos sino a un proletariado que apenas despierta y que demuestra al
mismo tiempo ―signo de nuestra época― una clara capacidad de
autoorganización y de enfrentamiento con el Estado y la propiedad
privada, y una enorme dificultad para
reconocerse a nivel mundial en una clase y contra un solo enemigo:
las relaciones sociales capitalistas encarnadas y defendidas por la
burguesía10.
Pero
de nuevo al interior del movimiento se da una lucha contra estas
tendencias nacionalistas, de tal forma que en el curso de los últimos
meses cada vez son más débiles, y cada vez se dejan oír más voces
que reivindican la naturaleza internacional del proletariado. Así,
por ejemplo, a finales de diciembre se celebró una asamblea de
cientos de personas en Caen, en un
edificio ocupado por sin papeles durante la huelga de los
ferroviarios de 2018, en una clara identificación de la lucha de los
chalecos amarillos y el proletariado inmigrante contra el mismo
Estado y el mismo sistema capitalista. Por otro lado, Le
Jaune advierte en su segundo número contra los intentos de
separar al proletariado:
Después
vienen otros a proponerte soluciones para gestionar la crisis que
acaban aplastando a los prolos que vienen de fuera para continuar
explotando a los y las de aquí: gestión dura de los flujos
migratorios (hecho), caza a los sin papeles en el territorio (hecho),
Frexit, etc. Nos proponen encerrarnos con doble llave y bloquear la
puerta, como si el lobo capitalista no estuviera ya entre las ovejas
francesas. Cuando se propone una respuesta nacional a un problema
mundial es porque se está preparado para defenderse a costa del
resto de galeotes de esta Tierra, y eso es precisamente lo que los
capitalistas de todo el mundo esperan de nosotros en estos tiempos
tumultuosos: estar divididos y ser
controlables11.
Pero
si bien esto tiene un papel nada despreciable en las limitaciones del
movimiento, es la propia democracia la que, de manera inmediata, se
presenta como el principal factor de recuperación. Puede verse una
muestra de eso con el efecto que generó en las manifestaciones su
legalización, que comenzó a hacerse a partir del Acto IX (12
enero), ya que hasta entonces las convocatorias eran espontáneas y
anónimas. La legalización supone que ha de haber personas
responsables ante las autoridades por los daños producidos en ella,
por lo que los propios convocantes tienen un vivo interés en
pacificar y mantener el orden durante la manifestación. Además,
esto obliga a los chalecos amarillos a seguir el trayecto previsto y
conocido por la policía y a establecer un servicio de orden. Como ya
hemos adelantado, empujadas por el ala más democrática del
movimiento las manifestaciones en París irán desplazándose de los
barrios ricos del oeste a los barrios del este, rescatando las
tiendas de lujo de la expropiación proletaria, pero también
alejando a los manifestantes de los símbolos del poder como el
Eliseo o la sede de la patronal. En estas manifestaciones, la
ideología ciudadana comienza a pesar y los propios manifestantes se
revuelven contra los grupos que rompen los escaparates o siquiera los
pintan. Esta tendencia del movimiento a apagarse democráticamente,
sin embargo, fue contestada poco después por el Acto XIII (9 de
febrero), que como ya hemos explicado fue convocado con la voluntad
explícita de romper con esta tendencia a la legalización, es decir,
de no declarar el trayecto a la policía ni tener convocantes
legales, ni servicio de orden, así como para volver de nuevo a los
barrios ricos en un nuevo repunte de combatividad. A partir de enero
y en los meses que siguen los chalecos amarillos vivirán flujos y
reflujos que expresarán con toda claridad tanto un carácter más
combativo y de negación del orden establecido, como momentos de
pacificación y democratización en los que el ala mayoritaria que
describíamos antes consigue imponerse.
En
el mismo terreno de canalización democrática, otro de los riesgos
del movimiento es que se deje atrapar por una ideología
asamblearista. El proceso de creación de asambleas y sus intentos de
coordinación son muy positivos, puesto que responden a una necesidad
del movimiento de dotarse de estructuras de asociación más
estables, defenderse de la represión, pensar juntos y crear
mecanismos de centralización a escala nacional. A menudo esto
conlleva, como en el caso de Saint-Nazaire,
la ocupación de espacios para reunirse y hacer las asambleas. Sin
embargo, la presión por proporcionar reivindicaciones concretas,
plasmadas unánimemente en un papel que represente a los chalecos
amarillos a nivel nacional, pesa sobre este esfuerzo de
centralización y puede tener el efecto, finalmente, de detraer a los
manifestantes de la calle para introducirlos en habitaciones cerradas
a discutir durante horas sobre la manera de formular una frase para
que represente a todo el mundo. No hay que despreciar, en absoluto,
el rol positivo que juega la organización consciente de debates y
discusiones al interior del movimiento, pero sí hay que reconocer
que la
separación entre la palabra y los actos, la burocratización de las
asambleas y los malabarismos verbales para prestar una amplia
representación, implican la defunción de esas asambleas como
expresiones organizativas del movimiento y su paso a la
contrarrevolución. De hecho, es la sensación con
la que salieron muchos chalecos amarillos de la segunda «asamblea de
asambleas» (5-7 abril), donde la unidad de acción que se expresa en
las manifestaciones se vio completamente diluida, y todo se convirtió
en malabares para sacar unas hojas de reivindicaciones concretas
donde “todo el mundo cabe”.
Algunas
perspectivas provisionales
Las
tareas y actividades que asumimos los revolucionarios no se inscriben
ni se basan en posibilismos, sino que vienen determinadas por las
necesidades mismas ―inmediatas e históricas― de la lucha de
nuestra clase. Somos conscientes que lo más probable es que el
movimiento de los chalecos amarillos sea liquidado, ya sea porque
todos los límites que hemos ido criticando acaben apoderándose del
movimiento, o por el propio desgaste y repliegue de los
protagonistas. Sin embargo, nuestro accionar consciente y voluntario
por la revolución social, por la abolición del capitalismo, nos
impulsa a asumir este movimiento como un pequeño episodio más en la
lucha histórica contra el capital. Y en el seno de todos esos
episodios las minorías revolucionarias son las que tratan de
impulsar el movimiento hasta sus últimas consecuencias.
Este
pequeño texto se inscribe en ese impulso como necesidad de nuestra
clase de hacer balance de esta lucha, de expresar su verdadero
accionar frente a las falsificaciones de todos los voceros del
capital, de señalar y contraponerse a todas las fuerzas de nuestro
enemigo, de profundizar en las fuerzas y límites que tenemos.
Si
algo tiene de peculiar este movimiento es que viene marcando cierto
cambio en las características de las luchas de los últimos años.
Desde Argentina a Grecia,
desde el norte de África a la propia
Francia, de Brasil
a los suburbios de EE.UU., etc., hemos
vivido diversos momentos de luchas importantes con la característica
común que se presentaban como fuertes estallidos que cesaban
rápidamente. El proletariado salía violentamente a la calle
empujado por la agudización de la catástrofe capitalista y se
contraponía con furia a los enemigos más visibles del capital, pero
pasados los primeros momentos, los primeros días, las primeras
semanas, cuando ya no bastaba el instinto de clase, cuando no se
sabía muy bien cómo seguir, la burguesía presentaba todo tipo de
medidas ―alternancia política, gestionismo, repolarización entre
fracciones burguesas, represión, guerra imperialista…― que
restablecían el orden. Es cierto que cada vez estas medidas de
apaciguamiento social tenían mayor resistencia por parte del
proletariado, pero no al nivel de la resistencia y permanencia de las
protestas de los chalecos amarillos tras siete meses del inicio del
movimiento. Con flujos y reflujos el movimiento ha resistido hasta
ahora a la represión, los diversos intentos de canalización y
no se ha dejado seducir con las migajas que ha ido ofreciendo el
Estado francés.
Por
otro lado, la burguesía, que hasta hace poco era capaz de encerrar
las luchas en sus Estados nacionales, ve cómo se le están rompiendo
esos muros de contención que le permitían enfrentarse a las luchas
paquete por paquete. Es cierto, como decíamos antes, que el
proletariado en Francia tiene muchas
dificultades para asumir explícitamente el carácter
internacionalista de su lucha, sin embargo en otras regiones del
mundo la identificación con la lucha de los chalecos amarillos
expresa abiertamente ese carácter internacionalista. Esta realidad
muestra claramente que las condiciones de vida del proletariado
mundial tienden a homogeneizarse a medida que avanza la catástrofe
capitalista. Pero el proceso recién ha
comenzado.
Claro
que, como decíamos en un texto de hace unos años, hoy cobra una
importancia capital que las minorías proletarias de aquí o allá
avancemos en este proceso indispensable de coordinación y
centralización internacional, que rompamos las divisiones país por
país, o peor aún, ciudad por ciudad. Por ello tenemos que reconocer
que nunca fue tan minúscula la fuerza de las minorías
revolucionarias, que
nunca el proletariado tuvo tanta desorientación, que
nunca hubo una contraposición tan grande entre la necesidad de
revolución y
la incapacidad de asumir esta necesidad. Es evidente
que voltear esta situación es una necesidad vital para la
perspectiva revolucionaria.
En
cualquier caso, es indudable que el movimiento de los chalecos
amarillos hace parte de un proceso de despertar de nuestra clase a
nivel internacional, tras la derrota de la oleada de luchas de los
años 70. Ante la perspectiva factible de que este movimiento se
apague tarde o temprano, si no se produce una recuperación burguesa
a la altura de la intensidad que ha vivido y luchado, dejará tras de
sí nuevos lazos de solidaridad, quizá algunas estructuras,
experiencias de lucha de las que extraer lecciones, un nuevo número
de personas que, tras su radicalización en el movimiento, se sumarán
a la actividad de las minorías revolucionarias pese a la vuelta a la
normalidad. Nuestra clase aprende. Construye su propia memoria. Se
despierta.
La
alternativa revolucionaria aparece y aparecerá en la lucha de
nuestra clase, intoxicada por la nocividad capitalista, por todo el
veneno que segrega esta sociedad. Es en ese combate contra todo lo
que nos impide vivir, contra todo lo que nos imposibilita afirmarnos
como ser humano, como comunidad humana, donde los pulmones pueden
tomar algo de oxígeno entre tanta polución y donde la comunidad
humana se prefigura como comunidad de lucha
frente a la comunidad del dinero.
El proletariado está forzado a destruir el capitalismo de raíz si
no quiere que éste destruya todo nuestro mundo.
Ese proletariado profano y corrompido no
descenderá del cielo, pero tomará el cielo por asalto.
En
consecuencia, actuamos e impulsamos a todos los compañeros y grupos
para defender nuestros intereses de clase y a combatir el
encuadramiento burgués en estas protestas; a la estructuración y
organización contra todas las tentativas de canalización
democráticas y nacionalistas; a fortificar y extender los contactos
entre nosotros, a crear
redes organizativas a todos los niveles; estructuras
para defendernos de la represión y a discutir sobre cómo asumir tal
o cual tarea.
28
de mayo de 2019
Proletarios
Internacionalistas
info@proletariosinternacionalistas.org
Kaosenlared
nos reproduce
Volvieron
a manifestarse los «chalecos amarillos» y ya suman 34 semanas
consecutivas
Por
Insurgente
Los
chalecos amarillos otra vez se echaron a las calles para protestar
las políticas del presidente francés, Emmanuel Macron, en la
jornada 34 de las manifestaciones de los chalecos amarillos en
Francia.
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