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Dueños de sus destinos (VI)

DUEÑOS 
DE SUS 
DESTINOS
(VI)

Por Jeronimo Duran



-¿Y qué es lo que hay detrás del muro?
Me sorprendió la pregunta y todo chulo, tras reaccionar, le dije:
-¡Dímelo tú!
-Lo que hay detrás del muro que vistes, es el Rompeolas.
No supe dónde meterme, no entendía nada, oí risas, pero más bien
creo que les di pena.

Del capitulo anterior:
Entramos muy despacio, tanto o más que la primera vez que cruzamos el puente de “Esplugas”, noté un sabor raro en el aire, me molestaba ese olor y no supe lo que era hasta que me entro agua por la nariz, por primera vez supe a qué sabía el cloro, desde entonces me ha costado bastante sobrevivir con el en los días de piscina.

                 CAPITULO 6-- OPERACIÓN PUERTO





Al llegar a septiembre se acabó el colegio para mí. No llegaría a tener los estudios primarios porque 
se acabó el último curso de estudios para mi. 
Todo fue por una tontería. En el bar donde desde 
ni me acuerdo les echaba una mano, le gaste una broma a una mujer,( de unos treinta años), a la 
hora de cenar. Seguí con mi faena y vi que ella 
antes de marcharse estuvo un rato hablando con 
el dueño. Mi instinto me avisó, pero no le hice caso, algo normal en mí. Ese día era sábado y cuando terminé, le dije al dueño:
-¡Hasta mañana!
El buen hombre me puso a parir por culpa de la broma que le gaste
a aquella mujer. Le dije al jefe:
-No te preocupes que no volverá a pasar
-Eso espero. -me respondió-.
Y con toda la rabia de mi alma por decirme todo aquello en la barra
delante de todos le dije:
-No es para tanto solo era una broma, además si me tienes que
decir algo, me lo dices a solas, no eres nadie para chillarme, aqui te
quedas tu y tu bar.
Sus palabras mientras salía de aquel odioso bar fueron:
-Aquí no vuelvas más.
Ese maldito bar me quitó parte de mi infancia. Mientras “Lete” y“Sebás” correteaban libres por todo el barrio, yo estaba atado a aquel bar.
El domingo mi madre me despertó temprano, le dije que no iba más al bar y se formó el follón padre. 
No pasó más de media hora, cuando el dueño del bar estaba en mi casa. Me pidió disculpas por todo lo que había ocurrido y le dije que ya me había echado una vez y no me volvería a echar más. Cuando se fue, mi madre me intento convencer y cuando vio que no podía, como último recurso, me dijo:
-Si no vas al bar, ya te puedes ir buscando trabajo. Y eso hice. Ese
mismo lunes empecé a trabajar. Salí de casa con la cabeza alta, pero nadie supo 
nunca que llevaba el corazón destrozado. Ese día mis amigos no podrían 
esperarme, no me tendrían en sus juegos, lo mismo que tampoco pudimos 
acabar la infancia juntos. 
Una broma, una simple y maldita broma, nos separó…
No puedo decir nada de mi madre porque hizo lo que creyó
conveniente, aunque yo todavía no sepa que era lo que más me
convenía y a quien convenía. Ciento cincuenta pesetas en aquella
época a la semana no es que fuera mucho, pero algo ayudaban.
 Difícil será que me olvide de ese día. Cuando salí 
de casa, mi madre me dio cinco celtas cortos, que 
le había dado mi padre, para que pasara el día. 
Me sorprendió ese de talle de mi padre. Con ese 
gesto me estaba diciendo que ya era todo un hombre, pero él quizás no entendió, porque no lo había 
vivido de esa forma, que yo todavía no quería ser hombre.
Al pasar por la ventana de mi clase me quede mirando hacia adentro, busque mi sitio, busque el de mis compañeros y me dije: “yo ya no podré estar más aquí con vosotros, 
¿qué vais a hacer sin mí?, tres somos uno, dos no son tres.
Rogelio, (mi vecino), que me acompañaba, seguía callado, me entendía demasiado bien, yo era para él el hermano más pequeño que no tuvo, sabía que si estaba allí 
era por una cabezonería mía, se alegraba por ello. A partir de ahora tenía un nuevo amigo con quien compartir su camino, lo que no quitaba que entendiera mi dolor. 
Hoy, con el paso del tiempo tras escribir sobre esta historia, por fin comprendo 
cómo he aguantado algunas cosas con la cabeza alta.
¿Cómo no las iba a aguantar si pude aguantar aquello?
Rogelio me cogió del hombro y me dijo:
-Tenemos que irnos.
Lo miré y él agachó la cabeza al ver mi mirada y se puso a andar.
Deseé tirarme en sus brazos y poder llorar. Me lo impidieron aquellos cinco cigarros que llevaba en el bolsillo de la camisa, ya era un hombre, no tenía por qué llorar.
A la semana siguiente, por venganza o por rabia, con una bola de acero que cabía entre las rejas, rompí un cristal y con aquella misma bola al día siguiente rompí otro y al siguiente otro. Rompí un cristal por cada uno de nosotros, aunque eso no fuera conmigo. La rabia, la impotencia, el trastorno transitorio fueron los que me llevaron a aquel extremo como forma de decir adiós al colegio. Tres cristales rotos con la misma bola. Con la ayuda de mis colegas, que se encargaban de recuperar la bola. Ellos entraban los primeros en clase, la recogían y hasta el día siguiente. Tenía que haberme hecho un colgante con ella, 
se que la guarde pero al perder su valor, con el tiempo debió de desaparecer.
En el trabajo conocí a otra gente, a algunos los conocía 
ya por medio de mi primo y de Rogelio. Era todo un 
mundo nuevo para mí, pero no me daba miedo, tenía 
a mi lado a mi primo y a Rogelio que al igual que yo 
sabían valorar la amistad. No me costó nada hacer
amigos, solo tuve que ir con la verdad por delante, como siempre.
Un día, en el trabajo, a la hora de almorzar, mi primo y 
su grupo de amigos decidieron ir ese domingo al 
Rompeolas, me dijeron de ir con ellos y les dije que sí. 
Por la tarde, cuando estábamos los tres reunidos, les dije a “Lete” y a “Sebás”:
-El domingo podríamos ir al puerto, allí estarán mi primo y sus
amigos en el Rompeolas.
Ninguno de los tres habíamos estado allí y solo teníamos una vaga
idea de lo que era. Era tan poco lo que conocíamos del puerto que
desde entonces nos acordaremos toda la vida de aquella excursión.
Nos encontrábamos con un problema, ni “Lete” ni “Sebás” conocían
a los amigos de mi primo. Sabíamos que los mayores no querían ir
con los pequeños aunque la diferencia no fuera de más de dos años.
A mí me dejaban estar con ellos porque yo trabajaba con ellos, pero
mis amigos creían que estarían de más.
Teníamos que ir al Rompeolas como fuera. Si entonces la diferencia de edad significaba un problema, estaba “Lete” para resolverlo. No
creo que ni a “Sebás” ni a mí se nos hubiese ocurrido la idea de ir al bar, (que estaba cerrado), del campo de fútbol, coger unas botellas e irnos a las tres y media de la tarde al Rompeolas.
Mi primo y sus amigos se fueron por la mañana. Ellos no estaban obligados a comer en casa. Si nosotros les hubiéramos pedido a nuestros padres permiso para poder ir, lo más seguro es que ese día no hubiésemos salido de 
casa. No recuerdo como fuimos, se lo achaco a la ilusión con la que fuimos. 
Podríamos ver por fin el famoso Rompeolas, subiríamos en
Las Golondrinas para poder llegar y lo más importante, tomaríamos la bebida 
que llevábamos con los mayores, unos chavalitos de trece años bebiendo y de 
fiesta con tíos de entre dieciséis y diecinueve, era para estar más que contentos, 
por eso no recuerdo la manera en que llegamos allí.
Cuando llegamos sacamos los tickets para Las Golondrinas y nos
sentamos en la parte de arriba. Habíamos estado alguna vez allí, pero ese día era la primera vez que viajábamos sobre el mar y sin mojarnos.
 No las teníamos todas con nosotros, cada uno aguanto sus miedos, y entre 
palabras de ánimos nos fuimos olvidando de todo. La Golondrina arrancó, nos agarramos con fuerza a los asientos y cuando notamos que con el movimiento del barco los asientos no se movían, empezamos a relajarnos. Debajo de La Golondrina había demasiada agua y eso para nosotros era demasiado grande, a penas sabíamos nadar y allí estábamos rodeados por todas partes de agua.
Creo que todos pensamos a la vez:
-¡Joder!, como esto se hunda, la tenemos liada. Por encima del
mar no se puede correr. Dicen que hubo alguien que ando sobre las
aguas, lo mismo si se hubiera puesto a correr el mar se hubiera
despertado y lo más seguro es que no se hubiera sabido nunca nada más de él. 
pero el tío andar dicen que ando sobre el mar, La Golondrina giró a la izquierda 
y nos quedamos de piedra, aquel muro imponía, era todo un pedazo de muro, demasiado para nuestras mentes, incluso había gente encima de él.
Al pisar tierra, me di cuenta de que no me había mareado. Cuando estaba al borde de ello, apareció el muro y se me pasó todo. Una vez en tierra, no encontramos ni a mi primo, ni sus amigos y aquello nos creó un pequeño conflicto.
“Lete” me dijo:
-¿Donde están?, ¿no habíais quedado aquí?, ¿qué hacemos ahora?
-Me dijeron que estarían esperándonos por aquí, en el Rompeolas, Esto es el Rompeolas ¿no?, pues deberían estar aquí. –respondí yo muy resuelto-. -¿No nos habrán dejado tirados? –preguntó “Sebas” con su peculiar optimismo-.
Quise salir de aquel embrollo, pero no tenía palabras para ello. Ni
“Lete” ni “Sebás” me reprocharon nada, pero me sentía responsable de aquello. Yo sabía que mi primo no me dejaría tirado, algo tenía que haber ocurrido, no por ello pensé en nada malo.
La gente que se bajó de Las Golondrinas subieron por unas
escaleras hacia arriba, nosotros a mitad de escalera nos paramos, vimos un bar bastante grande y volvimos a bajar. ¿Para qué íbamos a ir al bar si ya teníamos suficiente bebida?
Vimos que detrás de Las Golondrinas había un muro donde las olas chocaban sobre las rocas y nos fuimos para allá, por lo menos tendríamos el mar bajo
 los pies y veríamos lo que escondían 
sus aguas. Al llegar  vimos que entre las rocas había cangrejos. 
Los habíamos visto en el mercado, pero allí se movían libres estaban a esa hora haciendo la siesta sobre las  rocas y nuestra presencia se la fastidio. “Sebás”, animado por el desconcierto que nos produjo el mar, el Rompeolas y los que tenían que estar y no estaban, nos dijo:
-Ya que estamos aquí y hemos venido a bebernos estas botellas,
ya podemos empezar.
Seguidamente, sacó las botellas. Yo me cogí la de Anís y les deje a
ellos las demás. No sabría decir cuántas llevábamos, pero llevábamos tantas, que incluso alguna regalamos. Nos pusimos a beber y sin darnos cuenta empezamos a coger una buena borrachera.
“Sebás”, que andaba sobre las rocas fascinado con los cangrejos, se cayó y con el filo de una de ellas se hizo un corte bastante grande y profundo en la mano derecha. Allí se nos acabó la fiesta. Aquel corte tenía mala cara y decidimos marcharnos lo más pronto posible. A mí me empezaban a dominar los efectos del Anís, por lo que “Lete”, que era el que más asustado estaba con aquel corte de “Sebás”, fue el que se lo vendo con un pañuelo que un buen hombre mayor le dio.
Volvimos con la Golondrina que salía en esos momentos y más o menos hasta el puerto todo fue bien. Al pisar tierra, nos fuimos directamente a unos lavabos que se encontraban allí cerca y el cielo y la tierra cayó sobre mí. Por culpa de la borrachera que llevaba, no sé lo que llegue a echar, pero me sentí morir, me olvide de “Sebás”, de “Lete” y hasta intente olvidarme de mí. Dicen que el primer beso que das nunca se olvida y estoy de acuerdo, es idéntico como de la primera borrachera, aunque la quieras olvidar, nunca la olvidas.
“Lete” no es que fuera muy fino, pero supo aguantarse.
“Sebás” debido al dolor no sintió los efectos fulminantes del alcohol y siendo el que más sereno estaba de los tres, se ocupó con algo de ayuda de “Lete” de nuestra vuelta victoriosa al barrio. Que más bien se podría decir que fue una vuelta desastrosa
El taxista que nos llevó a casa, se comportó como un profesional, no paro de darnos ánimos durante todo el camino, no quería vernos preocupados. 
Por el contrario a mí me entraron ganas de darle un buen martillazo en la cabeza, 
a ver si de esa forma se callaba.
Una vez en el barrio entramos en el bar de la esquina y allí pudieron
curar a “Sebás”. Yo me fui a dormirla al barranco, me quede frito al instante. 
No me duro mucho el descanso en brazos de Morfeo, me despertó Rogelio, 
iba al cine y en el bar le dijeron:
-Tu vecino está en el barranco con sus amigos, 
ves y veras que colocón lleva el amigo.
Me ayudaron a levantar y Rogelio me llevo a casa. Me fui a la cama y lo más curioso de todo es que nadie de mi familia me dijo nada, ni cuando pase 
por su lado, ni al día siguiente, ni nunca. Aquella borrachera nunca existió. Me imagino que la mentalidad de la época me libró de la bronca, como trabajaba, ya era un hombre a sus ojos y los hombres, no siempre, pero de vez en cuando se emborrachan. No lo entendí, pero tampoco le di más vueltas en ese momento, más tarde lo entendería. Estaban acostumbrados a ver como los hombres después de estar uno o varios meses en el campo trabajando, mal comidos y mal dormidos, cuando llegaban a sus casas, no habiendo mucho con que divertirse, se cogían una penas que “pa qué”, de ahí que no me dijeran nada.
En el rompeolas bebimos demasiado. El Anís es criminal, no avisa.
Me bebí casi toda la botella, aunque “Lete” me ayudo. “Sebás” era más de Martini.
La herida que se hizo, nos salvó, si no se la hubiese hecho, no sé cómo hubiéramos acabado, muy bien que digamos seguro que no, pero no hay mal que por bien no venga y he de reconocer que aunque nunca le deseé mal a nadie, (y menos a él), esa herida, aquel día nos fue de puta madre.
El lunes, mi madre me llamó cuando tenía el café puesto sobre la mesa, como 
siempre hacia y como no había pasado nada, nada me dijo.
Por el camino al trabajo, le conté a Rogelio toda la historia y a él le extrañó muchísimo que mi primo y sus amigos no se hubieran presentado. Rogelio también debería haber ido, pero él ya había
quedado para ir de caza y eso para él era mucho más importante.
Rogelio y yo éramos siempre los primeros en entrar. El trabajaba en mantenimiento y tenía que estar media hora antes que los demás, por mi parte no me importaba perder esa media hora si con ello podíamos ir juntos.
El primero, (de los mayores que nos dejaron plantados), en aparecer por la puerta, fue el “Gringo”, una bestia de chaval a sus diecinueve años, le tenían miedo y la verdad era que motivos había para ello.
Cuando lo vi entrar, le solté de golpe:
-¿Donde hostias estuvisteis ayer?
-En el Rompeolas. –me contesto sorprendido-.
-¿Como que en el Rompeolas?, si estuve con mis amigos como
quedamos y no os vimos.
Siguió la discusión un buen rato mientras 
otros entraban en ella, hasta que el “Gallego”, 
en un momento de lucidez, dijo:
-A ver Indio, para ti, ¿dónde está el Rompeolas?
-¿Donde va a estar?, donde tienen su final Las Golondrinas.-conteste-.
-¿Y qué hay allí? –me pregunto “Gallego”-.
Por un momento no supe que responderle.
-Unas escaleras que suben al bar que hay 
encima del muro. –dije-.
-¿Y qué es lo que hay detrás del muro?
Me sorprendió la pregunta y todo chulo, tras reaccionar, le dije:
-¡Dímelo tú!
-Lo que hay detrás del muro que vistes, es el Rompeolas.
No supe dónde meterme, no entendía nada, oí risas, pero más bien
creo que les di pena.
“Gallego”, “Carapijo”(mi primo), “Gringo”, “Chita” y hasta Rogelio me
explicaron lo que era el Rompeolas y cuál era su función.
Por la tarde, cuando salieron mis colegas del colegio, los estaba
esperando en la puerta. Iban locos por saber el motivo por el cual
aquellos cabrones nos habían dejado tirados. Cuando les expliqué la historia, se quedaron de piedra. Habíamos ido al Rompeolas y resulto que aquello no era el Rompeolas.
 Lo único que habíamos visto del Rompeolas fue su trasero, ¡con lo listos que pensábamos que éramos y con todo lo que pensábamos saber…, ni nos enteramos!
Debimos echarle la culpa a “Lete”. Que nos pasara a nosotros, vale,
pero que a “Lete” se le pasara por alto, no tenía perdón de Dios. En la discusión de haber quien tenía la culpa, dedujimos que fuimos todos unos tontos, ya que como su propio nombre indica el Rompeolas es donde rompen las olas y nosotros solo vimos un mar en calma que se mecía a sí mismo.
No tardamos en volver. 
Cuando subimos al final de aquellas escalera que solo habíamos subido hasta la mitad, la inmensidad del mar nos paró el corazón. 
Allí había agua para dar y vender, ¡qué pasada!, ¡qué grande es el mar!
Entramos en el bar y para salir del asombro, pedimos una tapa de
mejillones, que estaban para volverlos a comer. Y a eso volvimos más de una vez.





Capitulos anteriores:
Dueños de sus destinos

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