Foto: Juan Santiso |
LA
BOCA
DEL
VOLCAN
Por Rafael Alonso Solis
Foto: Ozcapici/Faleroni |
De repente, nos damos cuenta de que no sabemos qué hay ahí abajo, quién vive ahí, ni qué intenciones tiene. De acuerdo con la mitología de la jerarquización, lo de abajo está asociado literariamente a la ubicación del mal, es decir, al infierno, donde los demonios han fijado su residencia –al parecer, de forma obligada, tras haber perdido una batalla por el dominio del universo—, y donde tienen establecida la producción industrial de los inventos maléficos. Dicho de otra forma, debajo del suelo que pisamos se supone que está el lugar del cosmos donde se lleva a cabo la invención de las putadas y se hace innovación sobre las mismas.
Es tanto nuestro desprecio por el inframundo, que es allí donde tiramos los excrementos, lo que hacemos a través de pozos naturales –negros, como es obvio-- o mediante cisternas de diseño. De ahí la inquietud que nos atenaza cuando el suelo se agrieta y se atisba su fondo tenebroso. Más aún, cuando el volcán abre su boca y amenaza con expulsar todo aquello que le incomoda, todo lo que es incapaz de digerir, tal vez porque se lo hemos ido administrando en mal estado, como si nuestras deposiciones putrefactas se hubieran puesto de acuerdo para volver a la superficie y llenarnos la casa de porquería.
Foto: Ariana Cubillos |
Tenemos que aprender a reciclar nuestros propios residuos.
ResponderEliminarA apreciar y cuidar mas donde vivimos y que hacemos para cuidarlo. ¿Para nuestros hijos y nietos? ¡No!. Por el respeto que debemos tener de no manchar, de cuidar el espacio por donde pasamos, habitamos y vivimos. Dejarlo limpio, para que los que vengan puedan hacer lo mismo que nosotros